Por Juana Rottenberg
Para
algunas familias los domingos son días de junta y desparramos. Los abuelos
reciben, los hijos caen como de mudanza y los nietos vienen a alegrar nuestros
días de descanso.
El
almuerzo de domingo es como el cine continuado. Empieza cuando ellos llegan.
Curiosamente,
no coinciden mucho los horarios de unos y de otros. No se han puesto de
acuerdo, claro, pero hay que ver qué bien logran comer por tandas, honrando las
libertades del día de fiesta.
Van
entrando y tirando todo lo que cargan: juguetes a pila, chiches sin pila para
arrastrar por el piso o hacer un surco en la alfombra, abrigos por si refresca
y buzos livianos por si hace calor.
Sobrevolando
los bultos mayores, surcan los aires los bultos menores: despegan y aterrizan
zapatillas, zoquetes, chupetes, mamaderas y hebillitas.
La
mudanza semanal no ha olvidado además, traer a nuestras casas los objetos
preferidos por los hijos de nuestros hijos, según nuestros hijos… Juguetes que
los chicos casi nunca tocan en todo el día.
Y
el día transcurre con un ajetreo imposible de olvidar durante la semana
siguiente, porque en trámite de volver a ordenar la casa, juntar lo que se
olvidan y reacomodar nuestros huesos, lega el otro domingo.
El
abuelo y la abuela, llenos de contento, hemos visto llegar e irse a todos. En
el medio, sonreímos, saltamos, mostramos buen humor, disimulamos que nos duele
la cintura, decimos que no es nada que manche el sillón, gateamos en el piso,
jugamos a lo que los chicos dispusieron para nosotros… y sobre la cena, casi
listos para dormir, sonreímos de nuevo, saltamos de nuevo y juntamos a
escondidas los restos de nosotros mismos.
La
abuela, con frecuencia, cumple una jubilosa jornada de trabajo en negro, sin
jubilación prevista. Hace las compras, piensa en qué le gusta a cada uno de los
inocentes de su adorada familia, va, vuelve, corta, sirve, reparte, intercede,
reprende, consiente, y todo eso, igual que si tuviera que ensayarlo, lo repite
varias veces al día.
Una
maravilla de abuelitud dominguera. Lo que se dice, el pleno ejercicio del gran
rol…
El
abuelo entretanto, suele contribuir con heroicas hazañas como lavar una lechuga
o limpiar un rabanito.
Cuando,
ya tarde, ambos se derrumban en un sillón, se sienten felices… y exhaustos.
Piensan: ¿quién habrá dicho que el domingo es para descansar?
Muy Bueno! Recorde cuando era pequeña e ibamos todos a la casa de mis abuelos paternos, no ibamos todos los domingos, pero para cada fiesta especial nos reuniamos todos en su casa y eramos un monton,hasta que al abuelo Dios se lo llevo y la abuela empezo a estar un poco en la casa de cada uno de sus hijos. Pero es lindo volver a recordar los momentos en flia! Gracias por llevarnos a los recuerdos! Hilando Recuerdos les deseo con todo mi corazón un muy Feliz Año Nuevo y muchas bendiciones!! Un abrazo grande!
ResponderEliminarMuchas gracias, Susana, por tus bellas palabras, por compartir tus recuerdos y por los buenos deseos!
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