
Pero pobre
abuelo, estaba tan solo. Solo en su casita de adobe. Solo en la vida. Abuela
había muerto. Se pasaba las tardes sentado junto a la ventana tomando mate,
murmurando recuerdos, hablando con ella. Me miraba y sonreía. Decía que abuela
estaba con él, que lo esperaba en el cielo.
Yo era muy
chico y no comprendía ni su dolor ni su soledad. Tampoco entendí por qué se fue
una tarde de marzo. Se quedó dormido junto a la ventana, con una sonrisa en los
labios y una fotografía apretada entre sus manos.
Sí, yo era
muy chico para comprender que se había muerto de tristeza y soledad.
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