Por Leandro
Hilt
Fuente: www.eldiaonline.com
Lo que sigue son apuntes sobre la vida
intelectual de los inmigrantes alemanes provenientes de la lejana
Rusia, quienes al afincarse en tierra entrerriana debieron adecuarse al nuevo
entorno socio-cultural. El texto de Leandro Hilt, un miembro de la
colectividad, fue escrito para El Día.
Cuando
los alemanes llegaron a Rusia y lograron establecerse, luego de fundar las
aldeas a orillas del Volga, debieron hacerse cargo del sistema educativo, pues
el gobierno ruso estuvo siempre ausente en este aspecto.
Alrededor
del 80% de la población era analfabeta. La instrucción primaria no estaba al
alcance de todos y era un tema menor para la Corona rusa. Alemania sin embargo
era uno de los países más avanzados en educación.
Las dos
prioridades en Rusia fueron establecer Iglesias y fundar escuelas para un
crecimiento armonioso de todas las áreas de la vida y no solamente el
económico.
El
sistema educativo en el Volga fue sostenido siempre por los colonos, el
gobierno jamás aportó nada.
En la
primera generación de pobladores alemanes en Rusia, el puesto de maestro fue
cubierto por quienes contaban con algún título o preparación traído de
Alemania. Muchas personas habían pasado por las escuelas de enseñanza superior.
Ellos
se esforzaban por transmitir sus conocimientos y tratar de formar algunos
maestros para las futuras generaciones. Pronto, los maestros y personas
preparadas fueron escasos y los pastores y sacerdotes debieron ocuparse de la
educación por ser los más instruidos de la comunidad.
Pero
los clérigos ya estaban superados de trabajo, no les quedaba mucho tiempo para
ocuparse también de la enseñanza. Por lo tanto esa tarea fue derivada al
“sacristán” que con el pasar del tiempo fue conocido como “lehrer” (maestro) y
más adelante, maestro de escuela, “schulmeister”.
Estas
personas eran responsables de muchas actividades en la aldea. Eran maestros,
dirigían el coro de la iglesia, hacían los registros de nacimientos y
fallecidos, cobraban las cuotas para el mantenimiento del culto y mucho más.
En
Argentina la educación de los inmigrantes también estuvo relacionada con la
Iglesia, ya que no había escuelas y generalmente se construía una habitación
contigua al templo donde se impartían las clases, o se hacía en la misma
Iglesia.
Con el
correr de los años fueron construyendo edificios independientes de la Iglesia
para la educación. Los maestros atendían a todos los grados a la vez, medio día
en castellano y la otra mitad de la jornada en alemán.
Los
sábados se impartía enseñanza religiosa. En el caso de los evangélicos debían
aprender de memoria el catecismo de Lutero, los diez mandamientos, el Credo, el
Padrenuestro, muchos versículos bíblicos y los himnos que se cantaban en los
cultos. Todos en una misma aula y con un solo pizarrón.
Los
hijos de los colonos sabían hablar solo en dialecto alemán, por lo tanto el
mayor problema eran las clases en castellano. Las lecciones en castellano
muchas veces eran aprendidas de memoria sin entender una sola palabra de lo que
decían. La instrucción en alemán era más fácil, ya que se basaba
fundamentalmente en la lectura y escritura.
También
se aprendía geografía, historia y literatura alemana. Algunos maestros
prohibían hablar en alemán en los recreos y se castigaba a quienes no cumplían.
Los alumnos asistían a clase con una especie de pizarra muy fina enmarcada en
madera, y un lápiz cuya escritura era similar a la tiza y fácil de borrar. Un
cuaderno de caligrafía y otro de lectura. La “mochila” era una bolsa que cocían
las madres con bolsas de arpillera que se podía colgar del cuello.
La disciplina
era muy severa y era común recibir azotes ante un error en la tarea. Las
escuelas eran privadas y el sueldo del maestro era pagado por los padres de los
alumnos. A la vez el programa de enseñanza lo determinaba el gobierno
provincial y cada tanto había inspectores que hacían visitas.
Generalmente
los maestros eran personas de origen alemán que llegaban al país para la
exclusiva función de enseñar. En su mayoría eran muy estrictos y severos.
Todavía quedan ex alumnos de estos maestros que tienen recuerdos tristes.
También
hubo algunos que se hicieron querer mucho. Wilhelm (Guillermo) Welp fue maestro
en varios lugares de Entre Ríos, entre ellos en la Colonia Stauber, Irazusta.
Nació en Bielefeld y después de combatir en la Primera Guerra Mundial, donde
obtuvo la Cruz de Hierro y medalla al valor, decidió instalarse en Argentina.
Conoció a Susana Spomer, una descendiente de alemanes del Volga de la colonia
El Potrero, con quien se casó.
Formó
su familia y vivió en la colonia durante algunos años donde era el maestro de
alemán y castellano. Se hacía respetar mucho, pero sin llegar a generar miedo
en los alumnos. Enseñaba todas las materias y además canciones, teatro y
poesías. Todos los ex alumnos de Guillermo con los que pude hablar dijeron que
fue un maestro muy querido. Lamentablemente falleció en un accidente de
tránsito cuando ya había dejado la tiza y el pizarrón para dedicarse a la
apicultura.
Algunos
alumnos vivían relativamente cerca de las escuelas pero otros no tanto y debían
asistir en caballo, sulky o carro. Con el viaje de ida y vuelta, la clase en
castellano y luego la de alemán, el día se hacía largo y estaban muy ocupados.
A la
noche, ya de vuelta en sus hogares, después de la cena había que hacer los
deberes sin chistar, bajo la mirada de los padres.
Al
llegar los alemanes del Volga al país, era presidente el doctor Nicolás
Avellaneda. Argentina apenas contaba con dos millones de habitantes, de los
cuales su mayoría era analfabeta.
La
lengua
La
cultura de los Alemanes del Volga posiblemente esté relacionada con el
constante movimiento migratorio que vivió a partir del siglo XVIII, cuando
partieron de Alemania. Una cultura representada por objetos simbólicos más que
materiales, debido al constante movimiento en busca de nuevos lugares para vivir.
Tal vez
eso fue lo que desalentó el desarrollo de emprendimientos industriales o
artísticos como lo hicieron otros grupos que gozaron de mayor arraigo.
Asimismo
ese constante caminar hizo que se fortalecieran los bienes que podían llevarse
consigo cada vez que hacía falta migrar a otro lugar. Desarrollaron una extensa
y rica tradición oral. Dicha tradición se expresa a través de la música y el
habla.
Los
Alemanes del Volga hablan dialectos pertenecientes al “Alto Alemán”.
El alto
alemán es el que dio origen al idioma actual literario y el bajo alemán al
inglés y neerlandés entre otros. Un ejemplo del bajo alemán es el que hablan
los menonitas.
Si bien
el alemán literario no fue usado en la legua coloquial, se usaba en los libros,
la iglesia y la escuela. En el trato cotidiano siempre se usaron los dialectos.
No todas las aldeas en el Volga y luego en Argentina usaban el mismo dialecto,
pues el lugar de origen no era el mismo.
Cada
grupo llevó hasta Rusia el dialecto que usaba en su ciudad de origen en Alemania.
Lo mantuvieron en Rusia mientras vivieron ahí y luego lo trajeron a la
Argentina y otros países de América.
Si un
descendiente de alemanes del Volga que todavía mantiene su dialecto, fuera a la
ciudad de origen de su ancestro en Alemania hoy en día, se sorprendería por la
similitud entre la forma de hablar que tiene cada uno a pesar de las
variaciones que pudo sufrir con el correr de los años.
Los
idiomas van sufriendo cambios con el paso del tiempo, y en especial los
dialectos, ya que no quedan de forma escrita, sino oral. Los que llevaron los
alemanes a Rusia también sufrieron estos cambios, si bien cada aldea mantenía
el suyo, inevitablemente tuvieron que relacionarse entre ellas y comenzó a
mezclarse. Esta mezcla hace que cada uno de los dialectos pierda y adquiera
algo. En los casos en que preponderaba uno más que otro, del “derrotado” solo
quedaban algunos rastros.
Estas
formas de hablar han sufrido cambios no solo por mezclarse con otras y con los
habitantes de Rusia, sino también para la designación de cosas nuevas y la
incorporación de palabras.
En el
libro “Los alemanes de Rusia” de Jakob Riffel, el autor pone algunos ejemplos
de cosas que los alemanes no conocían cuando salieron de su país y a las que
debieron ponerle un nombre. A la bicicleta la llamaron “Tretwage” que
literalmente significa carro para pedalear y una locomotora fue nombrada
“Feuerwagen” carro de fuego. El avión es “Luftschiff”, barco volador.
En
Rusia el grupo no sufrió mucha influencia del idioma local, aproximadamente 800
palabras fueron las que incorporaron a sus dialectos. Sin embargo en Argentina,
donde la comunidad no se desarrolló tan aisladamente como en Rusia, fue
necesaria la implementación del castellano para interactuar con las personas
locales. No solamente con la incorporación de palabras sueltas sino a la
formación de oraciones completas para expresarse.
Muchas
personas se hicieron mayores viviendo en Argentina y sin embargo nunca
aprendieron a hablar en castellano. Estas personas consideraban que no era
necesario aprender, pues entre ellos se entendían perfectamente en alemán.
De la
misma manera, la mayoría de las personas que vivieron en las orillas del Volga,
nunca aprendieron a hablar en ruso. Por suerte el gobierno insistió con que los
niños en edad escolar hablen, lean y escriban el idioma nacional. Goethe dice:
“Cada provincia ama su dialecto, pues en verdad es el elemento del cual el alma
saca su aliento”.
Y el
alemán del Volga tiene un fuerte apego por su dialecto. Es una de las partes
más íntimas de la persona. El sonido le resulta agradable y en ningún otro
idioma uno puede expresarse con tanta claridad como con el idioma materno. Con
una sola palabra se puede expresar mucho, mientras que para lo mismo, hacen
falta frases muy largas en otros idiomas.
El
maestro Fritz
Friedrich
“Fritz” Knochenhauer nació el 23 de febrero de 1883 en Alemania. Llegó a la
Argentina en 1912 para ocupar el cargo de maestro en aldea Santa Celia,
departamento Gualeguaychú. Dictó clases en alemán y en castellano.
Los
relatos de personas que estuvieron en su clase y familiares de alumnos de este
maestro, no lo favorecen mucho.
Es
descrito como una persona violenta y autoritaria. En general todos los maestros
alemanes eran muy estrictos. Fritz se había fanatizado con el régimen nazi y
demostraba cierto odio hacia los alemanes de Rusia. La gente de la aldea lo
comparaba por su aspecto con Adolfo Hitler, inclusive llevaba un bigote igual
al del Führer.
Los
alumnos respetaban mucho a “Fritz”, pero en realidad lo que sentían era miedo.
Sobre su escritorio o empuñándola siempre, tenía una delgada vara para golpear
contra la mesa, el pizarrón o algún niño al que le costaba aprender.
Una ex
alumna, me relató que en una oportunidad pretendía que un chico pronunciara
correctamente la palabra “rueda” pero al niño le salía decir “róida”. Tantas
veces le gritó y exigió al decir correctamente la palabra hasta que en un
ataque de ira tomó al pequeño de su brazo, lo arrojó al suelo, apoyo un pie
sobre el cuerpo y lo golpeó con la vara muchas veces, a la vez que lo
insultaba.
Otro
fue el caso de un alumno que recibió un golpe tan fuerte en la frente que le
produjo una lastimadura y tuvo que volver a su casa antes de finalizar la
clase. Los padres jamás se quejaron del maltrato que recibían los niños en las
clases de Knochenhauer ni en las de ningún otro maestro. Es sabido que algunos
padres les daban instrucciones de pegar a sus hijos para que aprendan.
Los
primeros años de clases en aldea Santa Celia, se daban en el templo, se
colocaba un pizarrón a mitad de la Iglesia de manera que el altar quedaba atrás
y otro pizarrón del lado donde estaba la puerta. Entre los dos pizarrones se
enseñaba. Algunos años Fritz llegó a tener más de cincuenta niños en sus
clases. Irónicamente el apellido alemán Knochenhauer en su traducción literal
al castellano significa “Picador de huesos”.
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