Lo inevitable llega. Es
inaplazable. Los segundos, minutos, horas… transcurren irremediablemente y nos
van acercando a la muerte. Y lamentablemente, por más sincero y fuerte que sea
nuestro amor, siempre es uno de los dos el que se marcha primero y deja
desolado y sin consuelo al otro. Y así ha sucedido. Me he quedado solo,
llorando un recuerdo. Ella se ha ido con el tiempo. La vejez se la ha llevado
de la mano, paulatinamente, casi secretamente. Fue tan furtivo y sorpresivo que
apenas atiné a llorar. Nunca imaginé que podía dejarme solo en esta tierra.
Solo en esta casa, que fue nuestro hogar en horas felices. Solo en esta cama
que ahora se volvió inmensa y fría. Solo conmigo mismo y mi profunda soledad.
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