Allá fuera
hace frío, mucho frío. Cae una lluvia fina y lenta. Es el otoño que ha llegado.
Las hojas de los árboles caen como lágrimas amarillas sobre el césped helado.
Los pájaros se han ido siguiendo otros rumbos, allá lejos dónde está la
primavera, el añorado y los amaneceres llenos de esperanza.
Y aquí
dentro, en mi pecho, también hace frío y llueven lágrimas de llanto. Sopla un
viento helado y las ilusiones, como pájaros, se han ido para no regresar. Se
marcharon al pasado. A aquel tiempo en que fui feliz y tuve a quién amar.
Mis manos
tienen entre sus dedos una fotografía gastada por el paso del tiempo. En ella
una pareja mira hacia el futuro con la mirada perdida en un punto incierto.
Mira buscando el mañana sin saber que ese mañana era la separación y la muerte
de uno de sus integrantes.
Ella se me
fue una tarde igual a la de hoy. Melancólica. Tristeza. Aciaga. Llovía. Era
otoño. Los árboles perdían sus hojas con el mismo llanto que lloraba yo al
verla en la cama dormida para siempre.
La sepulté.
Lloré. La extrañé. Y todavía la extraño. Pasaron los años. Pasó la vida. Y no
pude olvidarla.
Y es en días
como hoy, cuando llueve, y el otoño llora conmigo, cuando más la extraño.
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