Abuela
desayunó. Rezó su rosario, murmurando las plegarias en susurros suaves y
dulces. Con paso lento y cansino –tenía noventa años- caminó hacia la ventana.
Corrió la cortina y miró hacia la calle. Estaba desierta. El sol apenas asomaba
en el horizonte. La luz era un crisol de colores eclosionando en la lejanía del
campo.
Volvió a su
silla. Abrió la Biblia ,
escrita en letra gótica, y leyó, concentrada y con profunda fe. Transcurrieron
los segundos, los minutos… Conversaba con Dios, solía decir cuando leía la Biblia. Estaba tan concentrada
en ese menester que no veía ni oía nada de lo que ocurría a su alrededor.
A las diez
levantó la vista de las Sagradas Escrituras. Miró el reloj. “Hora de tomar
mate”, pensó fiel a su costumbre de todas las mañanas. Tenía sus ritos que
mantenía desde años tan remotos que ni ella recordaba cuando los puso en
vigencia.
Preparó el
mate sin apenas hacer ruido. Ella y la casa eran silencio. Un silencio opresivo
e indescifrable. La gente –que habla y se mete a opinar donde no debe- decía
que vivía en el pasado, que estaba loca. Poco le importaba a abuela lo que
pensaran los demás. Ella vivía como le enseñaron sus ancestros. Vestida de
negro; rezando; conservando costumbres y tradiciones milenarias… Mientras
afuera los tiempos cambiaron y la modernidad trajo nuevas vestimentas,
costumbres y modas y nuevos inventos de los cuales desconocía la mayoría, un
poco por pereza y otro poco por desinterés.
Se sentó a
tomar mate, cavilando recuerdos. Reflexionando. Sí, pensó, reflexionar y pensar
y recordar era todo lo que hacía desde hacía muchos pero muchos años. Desde que
su esposo murió, desde que sus hijos se casaron y se fueron de casa, desde que
la vida y la sociedad cambió, desde que, lentamente, fue envejeciendo sin darse
cuenta de que ya no tenía sueños ni tampoco anhelos por cumplir. Se sentía
satisfecha. Deseó ser esposa y madre. Como manda Dios. Y cumplió. Lo demás son
trivialidades, solía decir cuando sus hijos, alguna vez la instaron, hace
muchos años, a buscar un nuevo motivo para seguir viviendo.
Con el compás
de las horas preparó el almuerzo. Durmió una siesta. Repitió el ritual de todos
los días.
Llegó la
noche. Cenó. Rezó. Y se fue a dormir. Como todos los días, como siempre. Sin
saber que ese había sido el último.
No hay comentarios:
Publicar un comentario