Una tumba en un cementerio
olvidado de una aldea no menos olvidada en la lejana y fría Rusia. Una tumba
con una cruz corroída y marchita por los años, la lluvia, el viento, la nieve,
la soledad... bajo un cielo y una
tierra que una vez fue el suelo bendito donde se levantaron los sueños de
quienes hoy yacen bajo ella. Seres que un día amaron, rieron, cantaron y echaron
hijos al mundo que los dejaron solos para partir a América y comenzar de nuevo
lejos, bien lejos, de los seres amados y de la patria volguense que ya no los
quería.
Una tumba en
un cementerio olvidado de una aldea no menos olvidada en la lejana Rusia. Una
tumba que nunca recibió el consuelo de una lágrima ni una bendición de una gota
de agua bendita; apenas sí el recuerdo lejano de nueve hijos que rememoran y
lloran a sus padres desde la remota Argentina, donde comenzaron otra vida.
Levantaron un nuevo hogar y criaron nietos argentinos que nunca conocieron a
los dos ancianos que descansan bajo la tumba olvidada de un cementerio de una
no menos olvidada aldea del Volga.
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