Rescata

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martes, 17 de mayo de 2016

Historia de un abuelo alemán del Volga que lo entregó todo a esta Patria

Nací en la colonia. Soy el octavo de catorce hijos. A los diez años sufrí el desarraigo que me marcó para toda la vida: mis padres dejaron mi pueblo natal para mudarse a La Pampa.  Fue devastador, difícil y duro. Me sentí muy solo e incomprendido. Nadie me escuchaba ni tenía en cuenta mis opiniones ni las de mis hermanas. Mis padres tomaron la decisión y allá fuimos. A la inmensidad de La Pampa, a vivir en una casa en el medio de la nada, a trabajar suelo virgen, algo que con los meses se transformó en un suplicio para todos. Porque mi padre arrendó unas hectáreas de campo imposibles de roturar, donde apenas llovía, y el arado no lograba hundir sus rejas. Y donde uno salía de la casa, nuestro humilde ranchito de adobe, enclavado en la mayor intemperie imaginable, para ver un horizonte vacío y soledad por doquiera.
Así trabajamos el campo, que es una manera de decir. Produciendo poco, casi nada. Contando las chirolas que ganábamos. Comiendo los alimentos más económicos. A veces, la misma comida durante la cena y almuerzo semanas enteras. Y como si la mala tierra no fuera suficiente, llegaban las langostas, que se devoran la quinta de verduras que mi madre, a puro sacrificio, lograba hacer producir, y las heladas, que lo quemaban todo, absolutamente todo. Ni jardín teníamos.
La cruel realidad nos hizo desistir de todo intento de hacer floreciente aquel páramo. El viento soplaba día y noche. La tierra nos envolvía con su polvillo de suciedad. Deambulábamos como alienados esperando un milagro que jamás se produjo.
Cansado, abrumado, derrotado, mi padre tomó la decisión de retornar a la colonia más pobres que cuando nos fuimos. Y cinco años más viejos. Cinco años que parecían veinte por todo lo que habíamos padecido y maldecido. Sin casa donde vivir. Sin hogar donde sentarse junto a una cocina de leña y soñar con mañana mejor.
Nos cobijo abuelo, el padre de mamá. Nos dio donde vivir y qué comer. Papá estaba desahuciado.  Nunca volvió a ser el mismo. La frustración y la derrota lo fue consumiendo, y si bien consiguió trabajo a los pocos meses, murió seis años después, sintiéndose un fracasado.

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