calles
de barro en invierno,
otrora
era el camino,
que
seguía para llegar a casa,
después
de un largo día de trabajo,
siendo
todavía un niño.
Y mi
madre me esperaba,
sola
en la casa grande,
viuda
y con trece hijos,
la
comida servida,
sonriente
y feliz,
mes
tras mes,
año
tras año.
Hasta
que un día llegué
y la
mesa no estaba puesta,
y
pregunté por mi madre
a
mi hermano mayor,
quien
con los ojos llorosos,
abrazándome,
me respondió:
¡tu
madre ha muerto!
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