Los niños tenían que comenzar a desarrollar trabajos de adultos
desde muy pequeños para colaborar en la economía del hogar.
Fotografía de Lewis Hine
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Realizar un estudio
sociológico para responder a esta pregunta -¿Qué significaba ser niño en la época de nuestros abuelos?- no es tarea sencilla. Porque
no existen datos escritos respecto a estudios previos que se puedan tomar como base
ni tampoco hay evidencia de que alguien se haya planteada este interrogante con
anterioridad. Asimismo es muy difícil encontrar en la sociedad de hoy
parámetros válidos para entender la función de los niños y los jóvenes en la
sociedad de los alemanes del Volga de los primeros años de las colonias.
La niñez como etapa de juegos, de socialización a través del contacto con otros
niños y con adultos, de aprendizaje elemental, de estímulo a la inteligencia,
de afecto, cariño y abrigo, es algo que surge con las ideas contemporáneas que
asimilaron sus descendientes en la República Argentina.
La niñez constituía
un lapso de la vida desdibujado y hasta contradictorio -al menos con lo que hoy
considerarnos la niñez-, en tanto se esperaba de ella una conducta adulta o
casi adulta. Ello se probaría con el esfuerzo laboral que los niños -por lo menos
los de las clases populares- debían realizar desde muy pequeños y la sociedad
les exigía un comportamiento adulto que se expresaba en una disponibilidad para
el trabajo de un modo u otro. No es que los niños no gozaran de sus juegos,
simplemente tenían un espacio limitado entre otras obligaciones, como por
ejemplo, ayudar desde pequeños a sus padres.
Del estatus del niño
podría sintetizarse en el concepto de "transición a la adultez", que
es el que mejor calza para definir la etapa de la adolescencia. Es decir, más
que de un período importante de la vida de todos los individuos, se trataba de
una edad de pasaje a la mayoría de edad, que era lo que verdaderamente contaba.
Pareciera que en sí mismo, el lapso de vida infantil no tuviera sentido más que en su prospección adulta, es decir, como una necesaria transición para transformarse en una persona mayor.
Estas consideraciones no quieren reflejar necesariamente que en el pasado los niños no fueran queridos o no recibieran afecto. Los hombres y las mujeres somos moldeados desde nuestra llegada al mundo psicológicamente por una constelación de valores, sentimientos, contacto físico y social, creencias y tradiciones, que son cambiantes. Los sentimientos, el afecto, el amor o ¡a ternura se transmitían (de otro modo, y de acuerdo con los moldes y representaciones sociales en que fueron socializados los individuos en esa sociedad, en la que los roles femeninos y masculinos, de padres e hijos, de jóvenes y viejos, eran definidos de acuerdo con las pautas prevalecientes. Surge con claridad que el niño no ocupaba un lugar central en la familia y la sociedad como hoy lo ocupa, sujeto privilegiado en los desvelos de los progenitores y de los educadores.
Pareciera que en sí mismo, el lapso de vida infantil no tuviera sentido más que en su prospección adulta, es decir, como una necesaria transición para transformarse en una persona mayor.
Estas consideraciones no quieren reflejar necesariamente que en el pasado los niños no fueran queridos o no recibieran afecto. Los hombres y las mujeres somos moldeados desde nuestra llegada al mundo psicológicamente por una constelación de valores, sentimientos, contacto físico y social, creencias y tradiciones, que son cambiantes. Los sentimientos, el afecto, el amor o ¡a ternura se transmitían (de otro modo, y de acuerdo con los moldes y representaciones sociales en que fueron socializados los individuos en esa sociedad, en la que los roles femeninos y masculinos, de padres e hijos, de jóvenes y viejos, eran definidos de acuerdo con las pautas prevalecientes. Surge con claridad que el niño no ocupaba un lugar central en la familia y la sociedad como hoy lo ocupa, sujeto privilegiado en los desvelos de los progenitores y de los educadores.
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