Don Eusebio de 72 años se sentó junto a la ventana para tomar su mate del atardecer, cuando vio pasar corriendo a dos niños y detrás a su mujer, doña Ester, de 65, agitando el brazo y el rastrillo que llevaba en la mano.
Don Eusebio se levantó, abrió la ventana y miró hacia la calle. Grande fue su sorpresa. Doña Ester estaba en el piso, despatarrada cuan larga y ancha era, insultando a diestra y siniestra a los niños, a sus padres y a la maestra que los educaba.
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