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martes, 16 de abril de 2019

La magia de los huevos de Pascua elaborados por las abuelas en las colonias de antaño

Los domingos de Pascua los niños se levantaban muy temprano a la mañana, porque sabían que durante la noche había pasado por sus hogares el Conejo de Pascua para obsequiarles huevos multicolores, que invariablemente depositaba en los nidos que construían para tal fin dentro de cajas, palanganas o algún pequeño tarro, con paja, yuyos y, a veces, papel cortado en pequeños trozos.
Estos obsequios que el Osterhase dejaba eran huevos de gallina teñidos y decorados primorosamente por las madres o alguna abuela que se esmeraba en mantener vigente esta milenaria tradición. Para ello, hacían uso de artilugios secretamente guardados durante generaciones en la familia. Para la obtención de los colores para pintar los huevos y posteriormente decorarlos con delicados trazos, utilizaban el agua donde habían hervido remolachas para crear el rojo, el agua de las cebollas para darle vida al amarillo, procedimiento que se repetía con la acelga para el verde y con otras verduras y hortalizas para obtener una amplia y variada paleta de tonos. Previo a esto, los huevos eran hervidos durante diez minutos, aproximadamente. Algunas abuelas también podían llegar a lustrarlos con grasa de cerdo para que lucieran más brillantes y apetitosos.
Los niños de aquella época, hoy ya personas mayores, cuentan que jamás volvieron a ver huevos de Pascua tan hermosos ni tan ricos. También recuerdan que, durante su infancia, se preguntaban cómo era posible que el conejo ingresara al patio y se metiera en la casa con su canasta llena de huevos sin que los perros lo notaran. Porque ni una vez, en todos los años que los huevos de Pascua aparecieron en los nidos, los perros ladraron. Es que es un conejito muy inteligente y astuto respondía la madre cuando insistían en obtener una respuesta, mientras la abuela, más sabia, les confesaba el secreto: el conejo de Pascua tiene una pócima especial que los duerme. (Autor: Julio César Melchior).

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