Caminás a mi lado en las noches
oscuras, cuando mi alma se extravía en tribulaciones, sosteniendo mi mano, para
no salirme del camino. Me protegés para que no tropiece y caiga y, si por no
escucharte a tiempo, porque sé que a veces soy muy cabeza dura para oír
consejos, trastabillo de todos modos, estás ahí para ayudarme y decirme:
arriba, vos podés! Como cuando era niño y estabas ahí para enseñarme a caminar
solo, apartando los objetos de mi camino para que
no me lastimara. Como lo estuviste siempre, papá. En los días de risas, cuando
estaban todos, y era sencillo estar, y en los otros, en los tristes, cuando era
difícil permanecer y hasta los mejores amigos abandonaban el barco. Vos nunca
lo hiciste. Por más dura que fuera la tormenta, nunca me dejaste solo. Jamás!
Y hoy
que ya no estás, que te fuiste a descansar junto a Dios, luego de una larga y
fructífera existencia, en la que sembraste vastos campos de trigales,
trabajando en el campo, y construiste tu casa con tus manos, formaste una
familia, tuviste hijos, los educaste con tu ejemplo y los formaste para la
vida, me seguís acompañando desde el cielo. Estas presente en mi mirada, en mis
actitudes, en mis gestos y en mis pensamientos.
Porque
pienso en vos todos los días, no solamente en jornadas especiales como estas.
Tu vida, tu obra y tu figura son demasiado inmensas como para reducirlas a una
mera fecha festiva marcada en el almanaque. Sos mucho más que un domingo. Mucho
más que una misa, mucho más que una visita al cementerio, mucho pero mucho más
que todo eso junto, porque fuiste, sos y siempre serás, MI papá. Y por eso
vivirás eternamente en mi. (Julio César Melchior).
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