Rescata

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lunes, 12 de octubre de 2020

La abuela le muestra un secreto a su nieta

La abuela estaba tomando mate en la galería, protegida por una enorme y antigua parra, cuando llegó su nieta, Mariela.
-¿Qué hacés, querida, paseando bajo este sol? ¿Con el calor que está haciendo?
-Estaba aburrida y me dieron ganas de visitarte -respondió la nieta, de diecisiete años.
-Vení sentate a mi lado y acompañame a tomar mate. Pero antes, andá a la cocina, y buscá, en la alacena, a la derecha, unos Kreppel que amasé esta mañana temprano, antes de que amaneciera. Porque de día es imposible. Además los freí en la cocina a leña, porque salen más ricos -afirmó la abuela.
Mariela fue a buscar los Kreppel y regresó, para sentarse al lado de su abuela, mientras ya estaba comiendo uno.
-¿Están ricos? -preguntó sonriendo la abuela.
-¡Riquísimos! -exclamó Mariela.
-Tomá un mate. Te va ayudar a bajarlo. ¿Viste que lindo que están floreciendo los rosales?
-Sí -contestó la nieta, cuando en realidad ni los había visto. Pasó al lado de ellos, sin prestarles la más mínima atención.
-¿Abuela? ¿Vos siempre viviste en esta casa?
-Sí -respondió la abuela. Nací en la habitación de atrás. Por aquellos años era muy raro que se pudiera contar con un médico en la colonia. Siempre había una mujer mayor que era la partera. Doña Águeda trajo muchos hijos al mundo. Pobre Águeda. Murió hace ya tantos años que muy pocos la deben recordar. Así pasa con todos.
-¿A qué jugaste cuándo eras chiquita, abuela? Porque antes no había nada para hacer.
-¿Cómo que no había nada para hacer? -preguntó sorprendida, casi ofendida, la abuela. A nosotros nunca nos sobró el tiempo para aburrirnos, como les pasa a ustedes ahora. Al contrario.
-¿Y a qué jugaban? ¿Qué chiches tenían?
-Ahhhh! -suspiró la abuela. Teníamos tantos juegos. ¡Tantos! -repitió. Me acuerdo de la rayuela, la soga, la payana, las muñecas que hacía mi mamá… Nunca voy a olvidar esas muñecas -volvió a suspirar.
-Eran de arpillera ¿no? -preguntó la nieta.
-Sí. De arpillera. Los ojos eran dos botones negros. El pelo lana de oveja o hilo de atar chorizos o lana de algún pulóver viejo. La boca se bordaba. Mi mamá también les cosía ropa…
-También jugaban a los Koser -agregó la nieta.
-Sí. También jugábamos a los Koser -repitió la abuela. Después hizo un breve silencio y giró para mirar a su nieta.
-¿Cómo es que vos, de pronto, sabés tantas cosas de mi niñez, cuando hasta hace apenas unos años no querías saber nada de todo eso? No querías ni oír hablar del pasado de la colonia.
-Eso era antes, abuela. Sucede que tuve que hacer un trabajo para la escuela sobre la niñez en las colonias y eso me llevó al libro "La infancia de los alemanes del Volga", del escritor Julio César Melchior. En ese libro cuenta cómo era la vida de los niños de antes. Cuenta todo.
-¡Con razón! -dijo la abuela.
-Ese libro no solamente menciona los juegos sino que enseña a jugarlos.
-¡Qué bueno! -afirmó la abuela. Me alegra saber que nuestra infancia no se va a perder, cómo se perdieron tantas cosas de antes. Hablando de las cosas de antes… Yo ahora te voy a mostrar un secreto.
-¿Cuál, abuela?
-Paciencia. Quedate sentadita acá que ya vengo. Voy a la pieza y enseguida regreso. No me tardo.
Así fue: la abuela fue a la pieza y regresó con una cajita pequeña, descolorida y ajada, atada con hilo, también descolorido y deshilachado.
-¡Mirá! -murmuró emocionada la abuela, mostrando el contenido a su nieta.
-¿Qué es eso, abuela? -preguntó intrigada Mariela. Son piedras, abuela.
-No son piedras -corrigió la abuela conteniendo el llanto. Son las payanas de tu tío Luisito. Él las quería tanto. Amaba estás piedritas. Y era muy bueno jugando a la payana. Luisito… -suspiró emocionada la abuela.
-Mi tío Luis… ¿Cuál tío Luis?
-Uno de tus tíos que murió a los ocho años de pulmonía. Era menor que tu mamá. Pasaron tantos años y todavía me cuesta hablar de él. Enseguida lloro. Estas eran sus piedritas. Son de canto rodado. Vos no te das una idea lo difícil que era conseguir este tipo de piedritas. Casi imposible. A él se las trajo un albañil que trabajaba en una obra en construcción en la ciudad de Buenos Aires. Estás piedras están conmigo desde el día que murió. Hace ya más de cincuenta años.
Mariela quedó conmocionada. Abrazó a su abuela y juntas lloraron en silencio, la memoria de un ser querido. (Autor: Julio César Melchior).

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