Las mujeres, la mayoría de las veces, silenciosas, calladas, sumisas, siempre al servicio del marido, pariendo, criando, formando y educando hijos, eran el alma de la casa. Porque sobre sus espaldas no solamente pesaban todos los trabajos domésticos sino también muchas de las labores rurales, algunas sumamente pesadas y rudas.
Las mujeres de antaño eran hijas, esposas, madres, primero bajo la tutela del padre y luego al servicio del marido, siempre cumpliendo órdenes, siempre trabajando, día y noche, sin descanso. Sin domingos y sin feriados. Sin permiso para estar enfermas. Sin espacio, tiempo ni permiso para pensar en ellas. El esposo y la familia siempre estaban antes.
Relegadas al papel que les asignaban los padres, el esposo, la familia, la sociedad y fundamentalmente la iglesia, las mujeres vivían una existencia sacrificada, cargada de trabajos y obligaciones. Eran las primeras en levantarse, de madrugada, y las últimas que iban a acostarse, luego de ocuparse de todas las tareas domésticas y acostar a los niños y, a veces, si había alguno enfermo, permanecer durante toda la noche junto a su cama, velando su sueño, cuidando su salud.
La historia de los alemanes del Volga les debe mucho a las mujeres. A su esfuerzo, sacrificio, tesón, entrega, dignidad, fortaleza. A su espíritu de lucha que hacía que no se rindieran nunca, que jamás bajaran los brazos y lo dieran todo no sólo por su familia sino también por los demás.
Para rescatar, preservar y difundir su vida y su historia, es que escribí el libro "La vida privada de la mujer del Volga" que es, asimismo, un homenaje para ellas.
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