Por Mariana Raquel Baliño
Y ahora debo decirlo, ahora es el momento. Y
entonces... ¿Cómo hacer que mis palabras resbalen como una caricia por
los senderos de tu corazón y se internen en él para siempre, querida mamá? Porque
cuando vos tenías mi edad, llenabas un cuaderno con frases y las leías y te
emocionabas y las usabas en las cartas que escribías.
Y no sé si escribirte encabezando con una de
mis frases sencillas y sin autor o atando cabitos de conversaciones pasadas,
conversaciones compinches entre nosotras o lanzándome a este amor que nos unió
siempre.
No sé qué hacer, mamá.
Tal vez comience diciendo que tu alma hermosa
se vuelve pájaro que
tantas veces picotea en los profundos surcos
de mi silencio y continúe con una enseñanza y te diga, así, que aprendí
a reírme sola mientras voy caminando por la calle y que
no es necesario una compañía porque siempre creí que mi risa, sin compañía, era una piedra lanzada al rostro de quien me veía reírme.
no es necesario una compañía porque siempre creí que mi risa, sin compañía, era una piedra lanzada al rostro de quien me veía reírme.
Y hoy, los hermosos recuerdos, me encuentran,
de pronto y sin aviso, con una risa suelta, como una desafinada nota de cristal
en el aire. Y no es fácil escribir tantos sentimientos y siento que pueden ser
terriblemente complicadas las cosas que parecen simples. Pero un abrazo muy
fuerte en tu día resumiría todo. Un abrazo donde apretemos, entre las dos, a
los más maravilloso recuerdos y no los dejamos escapar. Y que para las dos, el
haber buscado tanto, el haber mirado la vida, el haber aprendido tanto, el
saber que tus lágrimas no evitarán las mías, que tu dolor no será barrera para
los dolores que me aguardan... sólo un abrazo, mamá... y será todo! Y será toda
mi alma resumida en ese gesto total.