Por Alberto Sarramone
(Editorial Biblos Azul)
El estudio universitario de los
hijos, como la fortuna acumulada por los padres, eran uno de los vehículos para
la aceptación plena por la sociedad criolla, que mantenía el poder político y
social.
Tener un hijo doctor, y en menor
grado con otro título universitario, era un paso necesario en la obtención de
un nuevo “status social” para toda la familia, pues la Universidad confería un
adicional de prestigio, enterrando para siempre la condición de ''tano cocoliche',
"ruso lagañoso", "gallego ordinario", ''francés
pijotero" o ''vasco bruto", etc. que sin mucha dureza, ni tampoco
insistencia, pero bastante poca generosidad, le habían otorgado algunos
integrantes de la sociedad argentina, que a la época de llegada de los primeros
inmigrantes en el siglo XIX contaba con índices de alfabetismo que a duras
penas superaba el 10 % de la población, lo que indicaba que no estaban muy
habilitados para determinar el talento de sus nuevos convecinos.
El "summun" era el hijo
médico, el único y verdadero "dotor", orgullo de la familia nuclear y
ampliada. Desde finales del siglo XIX hasta las primeras décadas del siglo XX,
además fueron los grandes caudillos políticos, reemplazantes de los caudillos
rurales y del rol del cura en muchas familias.
Era tan grande su
"autoritas", al punto que cuéntase de un Comisario de Policía,
acompañado de un médico, observaba el cuerpo yacente de una víctima, a quien el
galeno había considerado como muerto. Al oír esto, el certificado difunto
alcanzó a balbucear: "No estoy muerto...". Lo que determinó la seca
réplica de la autoridad: ¡Cállese. Ud. no va a saber más que e!
"dotor"...!".
El estudio universitario de los
hijos, como la fortuna acumulada por los padres, eran uno de los vehículos para
la aceptación plena por la sociedad criolla, que mantenía el poder político y
social.
No hay comentarios:
Publicar un comentario