Por Julio César Melchior
Don José Melchior
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Abuelo murió
y los años continuaron pasando, en silencio, inevitablemente. Su imagen se fue
alejando, quedando allá lejos en el tiempo, entre la bruma del llanto y la
nostalgia. Y yo seguí andando por la vida llevando en el alma su recuerdo.
Conservé las vivencias que compartimos y la casa donde vivimos. Tengo frescas
en mi memoria sus palabras, gestos y actitudes. Los amaneceres dorados
compartidos en su taller de zapatero, remendando algún calzado, atendiendo a un
cliente, añorando su tierra natal, la aldea Kamenka, en la lejana ribera del
rió Volga, en Rusia; o llorando la soledad de un esposo huérfano, en un
atardecer gris y frío de otoño.
Más de
treinta años después aún conservo la llave… La llave de su casa que ahora es mi
casa. La llave que abre la puerta de los recuerdos y mantiene viva su
presencia. Porque está aquí, en la casa, conmigo, compartiendo cada momento,
disfrutando cada sueño, o llorando cada fracaso, de sus amados nietos dispersos
por la región.
No se ha ido.
Es mentira que está en una tumba, en el cementerio. Es mentira que se fue, que
Dios se lo llevó a su lado. Todo es una gran mentira.
Él nunca
morirá ni jamás se irá. No mientras haya alguien que lo recuerde y lo ame.
Maravilloso!! Emocionante, conmovdor!! Mis profundas felicitaciones, no sólo por la forma sublime de expresar los sentimientos sino por tenerlos tan profundos y genuinos! Es verdad que los seres amados no mueren, se prolongan en nosotros y viven a traves nuestro. En lo que somos, en los recuerdos, en lo que nos legaron
ResponderEliminarMi agradecimiento, Mariposa, por las palabras tan bellas que me regalas: son un obsequio para mi alma. También, muchas gracias porque en cada comentario siempre le sumas una reflexión, un análisis. Eso los vuelve muy interesantes y aportan al enriquecimiento de lo que escribo y publico. Muchas gracias!!!
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