
A su
alrededor, acorralada de yuyos, una maraña de pasto, árboles silvestres…
Tristeza y orfandad. Desolación. Sólo los pájaros le dan una nota de color y
sonido. Cantan pero su canto es un canto que se pierde en el abismo de la
soledad en la que se encuentra la casa.
Hace más de
treinta años que sus inquilinos se marcharon. Se fueron sin mirar atrás y sin
volver ninguna vez. Está condenada a caer, al derrumbe. Si pensara lo sabría.
Pero creo que de alguna manera lo sabe. Por eso se percibe tanto pero tanto
desasosiego. Mirarla es mirar una tumba. O un féretro. Un féretro dentro del
cual descansan los restos de felicidad que dejó la familia que se fue y jamás
volvió.
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