Rescata

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miércoles, 27 de mayo de 2020

El abuelo les cuenta a sus nietos que tuvo una infancia muy feliz

-Abuelo, cómo fue tu infancia? -pregunta su nieto Mauro, sentado a su lado, comiendo galletitas de chocolate rellenas. Mamá siempre me cuenta que cuando ustedes eran chicos no había nada, solamente pobreza.
-No!, Mauro -contestó el abuelo. Éramos humildes, es verdad, pero no pobres. Nunca nos faltó un plato de comida ni tampoco nos faltó ropa para vestirnos decentemente. La abuela se las ingeniaba para cocinar rico con lo que había y ella misma cosía la ropa para todos. La comida elaborada con ingredientes austeros, es verdad, pero esos ingredientes eran aprovechados con sabiduría y cocinados sobre la cocina a leña, que buscábamos en el arroyo. "También comíamos pan casero horneado en el horno de barro. Era una época en que no sobraba nada y nuestras madres tenían que recurrir al ingenio para preparar todos los días una comida diferente con los mismos ingredientes, producidos mediante un trabajo, esfuerzo y sacrificio, que requería de una voluntad y un amor inquebrantables -continuó contando el abuelo.
"La mayoría de esos ingredientes -agregó-, se producían en el amplio fondo que poseían las viviendas, donde nuestros padres criaban todo tipo de aves domésticas, desde gallinas, patos, pavos y un sin fin de variedades plumíferas. Engordaban un cerdo para la carneada, tenían una vaca lechera, que les daba leche, manteca y queso, una huerta enorme, que era el punto de partida para elaborar chucrut, pepinos en conserva y varios embutidos más, abundante cantidad de árboles frutales que producían la fruta para cocinar dulces.
"Pero no crean, al escuchar esto, que nuestra infancia fue triste. No. Nuestra infancia no fue triste. Fue humilde, es cierto; pero no triste. Tampoco fuimos pobres. No tuvimos grandes lujos ni podíamos comprarnos las cosas que otras familias adineradas si podían; pero nunca nos faltó un plato de comida ni jamás pasamos hambre. Mamá cocinaba muy rico. Se las ingeniaba para preparar las comidas más sabrosas que pudieran existir. Con un poco de harina, levadura, agua, sal y verduras, se mandaba los Wückel Nudel más ricos del mundo. Mis hermanos y yo terminábamos limpiando el plato untándolo con pan, para no dejar ni rastros del menú. "Tanto nos gustaba lo que cocinaba mamá. Por eso repito: fuimos humildes; pero no pobres. Y en nuestra casa nunca faltó la alegría. Mamá hacía las cosas de la casa cantando y papá silbaba a toda hora mientras trabaja la tierra. Fuimos lo que se dice, una familia feliz" -remarcó el abuelo, orgulloso de pasado, mientras sus nietos Ruben y Mauro, que lo escuchan con mucha atención, miraban de reojo el celular, sin perderse un detalle de los mensajes que iban ingresando vía WhatsApp.
Ruben tenía doce años y Mauro había cumplido quince. Mientras su otra nieta, sentada un poco más lejos, tenía veinte, y se llamaba Lucía.
-Me gusta escucharte, abuelo -dijo Lucía sentándose más cerca del abuelo. Es tan lindo saber de cómo era la vida de ustedes. Mamá cuenta poco. Siempre se queja de que había mucha pobreza. Que no vale la pena recordar cosas tristes. Por eso yo estoy leyendo los libros "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga" y "La infancia de los alemanes del Volga", de Julio César Melchior. Son muy buenos libros. Leyendo me estoy enterando de muchas cosas, abuelo.
El abuelo suspiró contento y orgulloso. Al menos uno de sus nietos se interesaba en su pasado. Porque lo que eran Rubén y Mauro, ya estaban en otra cosa, chateando con sus amigos virtuales, mirando la pantallita del celular. (Autor: Julio César Melchior).

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