Rescata

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sábado, 23 de mayo de 2020

La sorpresa de la abuela

-Abuela, quiero hacer una pregunta: quién te enseñó a hacer los Kreppel? -preguntó Martina a su abuela, de ochenta y nueve años, sentada junto a la mesa, destejiendo un pulover de su hijo mayor, que aún vivía con ella. Un hijo que no se había casado, un poco por cuestiones de la vida misma y, otro poco, para quedarse junto a su madre a cuidarla en su vejez, cuando sus hermanos se fueron yendo y su padre murió.
-Me los enseñó a hacer mi madre -respondió la anciana. Tenía doce años cuando amasé los primeros Kreppel. Me acuerdo muy bien. Los freí en grasa vacuna porque, por aquellos años, nadie usaba aceite. Todo se freí con grasa vacuna y, también, se usaba mucho la grasa de cerdo. Salían mucho más ricos que con aceite. Pero la grasa tenía que estar bien caliente. Había que tener mucho cuidado porque si se la calentaba demasiado, se quemaba y los Kreppel salían negros.
-Te acordás de la receta de los Kreppel, abuela? -preguntó la nieta.
-Pero claro, cómo no me voy a acordar de la receta! -exclamó la abuela ofendida. Todavía tengo buena memoria. Para hacer los Kreppel tomás harina, le agregás leche cortada, después huevos, crema, azúcar y bicarbonato. Lo amasás todo. Después estirás la masa con el palo de amasar, cortás los Kreppel del tamaño que querés y los freís. Y ya está! -sonrió feliz la anciana. Son muy fáciles de hacer -concluyó satisfecha.
-Cuántos huevos, abuela? Y cuánta harina usás? -quiso saber Martina.
-Más o menos medio paquete de harina, tres huevos, un puchito de bicarbonato, un poco de azúcar…
-Cuánto es un puchito? -preguntó la nieta.
-Yo le calculo a ojo. Como me enseñó mi mamá.
-Y cómo te enseñó ella si no tenés una receta con las medidas?
-Mirando. Yo miraba como ella los hacía y así fue aprendiendo y así también aprendieron tu mamá y tus tías. Siempre mirando.
-Y por qué yo no aprendí? Por qué yo no sé hacer Kreppel? -consultó Martina.
-Porque antes era distinto. Antes las chicas se pasaban el día en la cocina. Yo tuve que empezar a ayudar a mi mamá en la cocina a partir de los cinco años. A pelar los papas y a hacer de todo. Así fue aprendiendo. Lo mismo que tu mamá y tus tías -repitió.
-Entonces voy a tener que mirar cuando hacés Kreppel para aprender yo también.
La abuela sonrió.
Martina abrió su bolso y extrajo un libro.
-Mirá, abuela, lo que traje.
-Ahí está mi receta! -exclamó sonriendo la anciana.
-Cómo que acá está tu receta? -preguntó Martina desconcertada.
-Claro! Cuando Julio César Melchior buscaba recetas para escribir su libro me vino a visitar y me entrevistó.
-En serio, abuela?
-Sí, Martina. Estuvo casi toda la tarde conmigo. Charlamos un montón. El vino con una balanza -volvió a sonreír la anciana.
-Y por qué?
-Por qué, al igual que vos, quería saber con exactitud las proporciones de los ingredientes. Entonces, mientras yo preparaba la masa de los Kreppel, el iba pesando y anotando todo lo que yo iba agregando. Así hizo casi con todas las recetas que reunió en la colonia y en otros lugares. Nosotros cocinamos todo a ojo. Antes no se pesaban las cosas con balanzas.
-Lo que me perdí, abuela.
Martina solo regresa a la colonia durante las vacaciones de verano, porque estudia psicología en Buenos Aires.
-La receta de mi abuela está en el libro "La gastronomía de los alemanes del Volga", de Julio César Melchior. Qué lindo -comentó con orgullo Martina. El libro tiene más de ciento cincuenta recetas y la tuya está entre ellas.
-Ahora la podés hacer. Ahí tenés todos los ingredientes -dijo la abuela.
-Y la voy a hacer, abuela, y te voy a traer algunos a vos para que los pruebes. Espero que me salgan tan ricos como los tuyos.
-Hablando de recetas y Kreppel… Poné la pava sobre el fuego y andá preparando mate que yo tengo una sorpresa para vos.
Martina llenó la pava con agua, la colocó sobre la hornalla, mientras la abuela regresaba con una bandeja de Kreppel. (Autor: Julio César Melchior).

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