“Nos levantábamos a las cuatro de
la mañana para ordeñar las vacas, mi padre, mi madre, mi hermano, mis tres
hermanas y yo. Los pies hundidos en el fango hasta las rodillas, chapoteando en
el barro, el excremento y el pis de los animales. En invierno soportando una
helada tremenda: las vacas tenían el lomo blanco de escarcha. Bajo la lluvia,
titiritando de frío. Terminábamos a las ocho y media. La mayor parte de la leche se vendía y un resto se utilizaba para
elaborar crema, manteca y queso. Todo con artefactos que funcionaban de manera
manual, con manivelas que había que hacer girar y girar y girar. Allí también
colaboraban todos los hijos, sin importar la edad" -cuenta la abuela María
Berta Stadelmann.
“Después,
a los niños menores de la casa, nos mandaban a limpiar el chiquero y el
gallinero. Teníamos que dejarlos bien limpios, para que los animales no se
enfermaran de ninguna peste. Utilizábamos mucha agua, que obteníamos llevándola
desde el tanque del molino con grandes baldes, y barríamos con escobas
confeccionadas con ramas de árboles. Por supuesto, que también teníamos que
recoger los huevos. Y a veces, cuando era época de sequía y la pastura
escaseaba, hasta teníamos que sacar a pastorear los cerdos para que no se
murieran de hambre. Un trabajo que no nos gustaba porque era muy difícil
mantenerlos juntos. Siempre alguno se nos escapaba. Sobre todo cuando eran
pequeños" -agrega.
“A la
tarde nos tocaba la quinta. Trabajar con la pala, puntear la tierra, darla
vuelta para sembrar verduras y hortalizas. Carpir con la azada para que
estuviera limpia y ordenada. Rastrillar sacando las malezas secas. Regar
llevando agua con los baldes" -relata.
“Aparte
de todo eso, mi hermano tenía que ayudar a mi padre en el campo: arando,
sembrando, cuidando los animales. Y mis hermanas y yo, teníamos que ayudar a mi
madre en todos los quehaceres de la casa: preparar la comida, lavar la ropa de
todos en la fuente con la tabla de lavar, coser y remendar las prendas que
estaban rotas" -recuerda.
“No nos quedaba tiempo libre ni siquiera para jugar. Y ni que hablar para ir a la escuela. Mi hermano mayor fue hasta segundo grado. Mis hermanas hasta primero. Y yo apenas asistí medio año.
“No nos quedaba tiempo libre ni siquiera para jugar. Y ni que hablar para ir a la escuela. Mi hermano mayor fue hasta segundo grado. Mis hermanas hasta primero. Y yo apenas asistí medio año.
¡Así
era la vida de antes!” -concluye. (Investigación y autor del texto: Julio César
Melchior).
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