Rescata

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viernes, 27 de diciembre de 2024

Recetas de pepinos en conserva

Nuestros antepasados preparaban encurtidos de pepinos utilizando el método tradicional, es decir, colocaban los pepinos en una salmuera que preparaban con agua y sal, a la que le sumaban ramitas de eneldo y hojas de parra. Este proceso es más lento pero produce un sabor más complejo, con notas ligeramente fermentadas.
Con el paso de los años algunas familias empezaron a incorporar una nueva técnica de preparar pepinos en conserva: los sumergen en una solución que preparan con vinagre, agua, sal y especias. El proceso de encurtido es más rápido, y el sabor es más agrio y ácido.
Aquí presentamos las dos recetas:

Sauer Kummer
(Pepinos en conserva que se preparan siguiendo el método tradicional)

Ingredientes:
1 docena de pepinos
2 litros de agua
Sal gruesa a gusto
Eneldo a gusto
6 hojas de parra

Preparación:
Lavar bien los pepinos con agua para eliminar cualquier suciedad, asegurándose de que sean de tamaño uniforme, para que el proceso de encurtido se produzca sin inconvenientes y al mismo tiempo.
Después colocarlos cuidadosamente en el frasco, intercalando algunas ramitas de eneldo, apretando un poco, pero no tanto para que los pepinos no se dañen o queden aplastados, dejando un poco de espacio en la parte superior (aproximadamente 1 cm).
Verter el agua, previamente mezclada con la sal, hasta cubrir por completo. Golpear suavemente el frasco con la mano para eliminar cualquier burbuja de aire que pueda haberse formado. Si es necesario, agregar más líquido hasta que estén completamente cubiertos.
Tapar con las hojas de parra y poner encima una madera o un plato con un peso, para mantener sumergidos los pepinos.
Guardar en un lugar fresco y oscuro. Se podrán consumir en tres o cuatro días, aproximadamente, dependiendo del tamaño de los pepinos y la cantidad de sal utilizada.
Opción:
Si bien esta es la manera tradicional de preparar pepinos en conserva, está en el paladar y el gusto de cada uno, sumar especias al momento de elaborar la receta. Lo mismo que se puede utilizar ramitas de hinojo si no se tiene a mano ramitas de eneldo.

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Sauer Kummer
(Pepinos en conserva que se preparan con vinagre)

Ingredientes:
1 Kg de pepinos
1 litro de agua
1 litro de vinagre
2 cucharadas de azúcar
Ramitos de eneldo
Sal a gusto

Preparación:
Llevar a hervor por unos minutos la mezcla de agua, vinagre, azúcar y sal.
Dejar enfriar.
Elegir pepinos del mismo tamaño y colocarlos en frascos previamente esterilizados, alternando con las hojas de eneldo. Verter la mezcla, que anteriormente se preparó, sobre los pepinos. Tiene que estar fría.
Poner encima una madera o un plato con un peso, para mantener los pepinos sumergidos.
Guardar en un lugar seco y fresco.
Pasados unos días ya estarán a punto para degustar.

La receta de los pepinos en conserva al igual que otras 150 recetas tradicionales más, las podrán encontrar en mi libro “La gastronomía de los alemanes del Volga”.
Diez capítulos con recetas de comidas típicas, tortas, sopas, panes caseros y pan dulces, encurtidos y conservas, recetas de licores y de Kwast: la cerveza tradicional de los alemanes del Volga, vinos y licores, dulces caseros de todo tipo de frutas y mucho más.
El libro se envía a todo el país y el mundo por correo.
Los espero en mi libro, donde sobrevive la memoria gastronómica de los alemanes del Volga.
Correo electrónico: juliomelchior@hotmail.com

martes, 24 de diciembre de 2024

La Navidad de los pueblos alemanes de Coronel Suárez en tiempos de nuestros abuelos

 Las semanas previas a la fiesta de Navidad, las familias acondicionaban las viviendas, ordenaban las dependencias y limpiaban a fondo cada rincón de sus hogares. Era tiempo de celebración, de reunir a la familia en torno a la mesa paterna, el momento en que se lucían las mejores prendas, la fecha cumbre del año, que lo dividía en un antes y después, sobre todo en el Volga, allá en la lejana aldea natal, en el imperio ruso, durante los largos e interminables inviernos de nieve, de la misma manera que recordaban había sido en la tierra ancestral, el Sacro Imperio Romano Germánico, la actual Alemania, antes de emigrar, a finales del siglo XVIII.
El 24 a la medianoche todos asistían a la iglesia, a participar de la Misa de Gallo (Mette, en el dialecto de los alemanes del Volga), en la que, iluminada por farolitos, la luz de las velas y las lámparas a kerosene, en una localidad que todavía no contaba con energía eléctrica, cantaban himnos tradicionales y comulgaba toda la población, viviendo el nacimiento de Jesús con verdadero fervor religioso.
Concluida la ceremonia, las familias regresaban a sus hogares, viviendo la fiesta con suma austeridad, reunidos alrededor de la mesa paterna, algunas personas leyendo la Biblia, otras rezando, hasta que llegaba a sus oídos un ruido de cadenas arrastradas por las calles por un personaje que vociferando palabras incongruentes metía miedo en el alma de los niños, que llenos de pánico comenzaban a buscar refugio bajo la mesa o detrás de los vestidos de sus madres, porque sabían que venía a castigarlos por las faltas que habían cometido durante el año.
Súbitamente la puerta de la vivienda se abría y allí estaba el Pelznickel, un ser casi mitológico, ataviado con un sobretodo oscuro del tiempo de la arada, barba enmarañada, sombrero y botas, en ocasiones armado de un Rustchie (una ramita delgada y larga), solicitando que los niños compadezcan ante él, quién luego de interrogarlos por las travesuras cometidas durante el año (que obviamente conocía, previamente informado por los padres), los castigaba ordenando que se arrodillen y recen frente a él, después de aplicarles un duro sermón, incluyendo todo tipo de amenazas, que no olvidarían jamás.
Cuando el Pelznickel se marchaba, entre rugidos y golpes de cadena, dejando en la cocina a los niños hundidos en un mar de lágrimas, llegaba el Chriskindie (un hada buena que representaba al Niño Dios), con su inmaculado atuendo blanco, trayendo consuelo a los niños y distribuyendo cariño y cosas dulces.
Al mediodía se reunía la familia completa, abuelos, padres, hijos, nueras, yernos, nietos, un mundo de gente, para degustar sabrosos platos tradicionales preparados en los hornos de barro y las cocinas a leña.
Otros tiempos, otras épocas, otra forma de ver la vida y vivir la Navidad, basada en tradiciones y costumbres cuyos orígenes se pierden más allá de la Edad Media y forman parte de la identidad cultural no sólo de los pueblos alemanes de Coronel Suárez sino también de los alemanes del Volga que habitan en todo el país.

domingo, 15 de diciembre de 2024

Abuela y nieta recuerdan lo doloroso que resultó la integración de los habitantes de las colonias alemanas del Volga a la vida social y cultural del país

 -Hasta cerca de la mitad del siglo XX -explica Sonia-, los alemanes del Volga en la Argentina vivieron casi de manera autónoma, manteniendo sus tradiciones y costumbres, incluido su idioma, el dialecto, que se usaba en la vida cotidiana, mientras que en la iglesia y en la escuela se utilizaba el alemán estándar. El castellano, o español, sólo era usado para fines administrativos de las colonias.
-Es verdad, querida -reconoce doña Elisa, de 89 años. Las colonias eran autosuficientes. Producían y fabricaban todo lo que necesitaban. Era muy escaso lo que se compraba fuera de la colonia.
-A medida que fue avanzando el siglo XX -agregó Sonia-, y con él el adelanto tecnológico en el área agropecuaria, creció la necesidad de un mayor contacto con la población local. Y surgió lo inevitable: la asimilación lingüística, en la que el castellano, o español, se fue transformando en la lengua más usada.
-Sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial -continúa doña Elisa-, en que se prohibió la enseñanza del alemán en las escuelas. Porque hasta ese momento, a la mañana se dictaban clases en español y a la tarde en alemán. Todo eso desapareció de un día para el otro. Se llegó al extremo de castigar a los alumnos si hablaban en dialecto en los recreos. Fue un cambio muy traumático y doloroso para todos. En las escuelas parroquiales, por ejemplo, había religiosas que tuvieron que aprender a hablar bien el castellano, porque apenas sabían unas pocas palabras, porque muchas habían sido enviadas directamente desde Alemania a ejercer su misión de evangelizar y educar aquí.
-Y así -prosigue Sonia-, se gestó el proceso de asimilación lingüística, en la que el español se fue transformando en la lengua más hablada entre los jóvenes. Hasta el extremo de que, en la actualidad, los niños olvidaron casi por completo su lengua madre. Salvo raras excepciones. Pero hay un excelente trabajo que llevan a cabo, en los últimos años, escritores e investigadores, comisiones culturales y sociales, para mantener vivas las fiestas tradicionales, y algunas escuelas y docentes que también desarrollan una magnífica tarea, para revivir el dialecto.
-En este punto -interrumpe doña Elisa- hay que destacar la labor profesional que está desarrollando, desde hace más de treinta años ininterrumpidos, el escritor Julio César Melchior, que lleva publicados más de una decena de libros sobre nuestra cultura, abarcando casi todos los ejes temáticos de los alemanes del Volga: la historia, la cultura, las tradiciones, las costumbres, la infancia, la vida de la mujer, la gastronomía, en fin, la mayoría.
-Es verdad, abuela -reconoce Sonia. Leí todos sus libros. Sumergirse en sus obras es reconstruir el pasado de los alemanes del Volga. Muchas de ellas fueron premiadas, presentadas en la Feria Internacional del Libro, en Buenos Aires, y trascendieron las fronteras.
-Y un detalle que, a mí, como docente, siempre me gustó de Julio César Melchior es que él, desde el momento que comenzó a publicar sus obras sostuvo que rescataba y revalorizaba la historia y cultura de los alemanes del Volga. Porque es verdad que había mucho para rescatar, pero esa palabra: revalorizar, siempre me resultó fundamental. Porque, por aquellos años, estamos hablando de treinta años atrás, todo lo que proviniera de las colonias o de los alemanes del Volga, estaba muy devaluado. La mayoría se avergonzaba de sus raíces. Ni que decir la vergüenza que teníamos de hablar en alemán fuera de la colonia o frente a extraños o en la ciudad, donde ni lo usábamos.
-Es comprensible, abuela, porque con la asimilación lingüística, en la que el castellano, o español, se fue transformando en la lengua más usada en las colonias y la integración casi forzada por hechos sociales y culturales externos, además de cuestiones políticas, y a la vez, deseada por los jóvenes, que buscaban nuevos horizontes, fue profundamente dolorosa y traumática. No te olvides que hasta ese momento en que comienza la etapa de revalorización, nosotros éramos los rusos o los rusos de mier… Para los adolescentes que tuvieron la suerte económica de, al menos, intentar asistir a la escuela secundaria, viajando todos los días a la ciudad, se les hizo muy difícil. Para algunos imposibles. Eran literalmente discriminados. De diez que empezaban, terminaba uno. A veces, ninguno. Recién en la década de los ochenta era cosa más habitual ver asistir adolescentes a la secundaria, viajando de las colonias a la ciudad.
Sonia se levanta de la mesa, pone a calentar agua con una pava y a preparar mate. Mientras su abuela va hacia a la alacena y regresa con una fuente llena de Kreppel.
-Te pasaste, abuela -exclama sonriendo Sonia. Se ven riquísimos. Ya mismo pruebo uno.
-Los hice para vos. Me puse a amasarlos esta mañana, después de que me avisaste que ibas a venir a tomar mate.

Autora: María Rosa Silva Streitenberger

martes, 10 de diciembre de 2024

El Pelznickel y el Christkindie, dos personajes tradicionales de la Navidad de los alemanes del Volga

 El Pelznickel, de barba enmarañada, arrastrando su larga y gruesa cadena, ataviado de prendas oscuras y gastado sobretodo negro, viene vociferando sonidos guturales, cual monstruo prehistórico escapado del fondo de los tiempos para castigar a los niños díscolos. En la mano un Rutschie, una rama fina y delgada, para descargar sobre los dedos de los infantes que, una vez sorprendidos en su falta, no saben rezar o, a causa del pánico, se olvidan del Padrenuestro, confundiéndolo con el Avemaría.
Un solo eco de su voz a lo lejos, provoca que los niños huyan despavoridos a esconderse debajo de la mesa y de la cama o detrás de la falda de la madre. Imposible huir de este personaje que conoce las faltas y las travesuras cometidos por todos los niños de la colonia a lo largo del año.
Pero como todo tiene su recompensa, una vez que el Pelznickel hubo partido de la casa, dejando a los niños inmersos en un mar de lágrimas, llega el Christkindie, el niño Dios, personificado en una niña vestida de blanco inmaculado, para calmar el llanto, mitigar el sufrimiento y brindar consuelo a las almas de los pobres niños de la colonia.
Toda ella es dulzura y santidad y lleva colgado en uno de sus brazos, una canastilla llena de galletitas caseras, frutas y alguna que otra humilde golosina que, para los niños colonienses, es el manjar supremo, una delicia que saborean solamente en estas ocasiones o en Pascua, cuando llega el conejito.