Junto a la
ventana, mirando de vez en cuando hacia la calle desierta a la hora del
crepúsculo, una muchacha borda dos iniciales sobre un pañuelo. Está inmersa en
su labor sin prestarle atención al rumor de ruidos que genera su madre tras de
sí, frente a la cocina a leña. Nada podría perturbar el estado de embeleso en
que se halla. Vive en un universo de ensueño.
Y mientras
borda espera.
Presa de un
súbito apuro, corta el hilo con que el que bordó las dos iniciales y guarda
aguja y carretel dentro del neceser. Satisfecha con su tarea, sonríe
plácidamente. Intuye, sin mirar el reloj de pared, que la hora en que llegará
la anhelada visita se acerca.
Sin embargo,
los minutos transcurren, se transforman en una hora, luego en hora y media. El
día termina de desfallecer con el sol que agoniza en el horizonte. Los tonos
claroscuros del atardecer destacan todavía más el desencanto que comienza a
dibujarse en el rostro.
La madre se
percata del sufrimiento que padece su hija, se acerca y le aconseja que ya es
conveniente que se retire de la ventana, que es tarde, que no vendrá. Él no
vendrá. Tal vez tuvo un contratiempo, tal vez... Pero él dio su palabra,
argumenta la joven. La madre no dice nada. Cómo decirle nada a una joven
enamorada que esperó en vano el arribo de su amado.
Cabizbaja y
desolada, se recluye en su cuarto. Hoy iba a ser la primera cita formal. Hoy
iba a presentarlo a sus padres... Aunque todos intuían que estaban enamorados,
aún no habían oficializado el romance.
En el cuarto
la joven llora en silencio mojando con sus lágrimas el pañuelo que con tanta
ternura e ilusión había bordado para él. Algo en su interior le dice que no
vendrá nunca.
Los días pasan
sin tener novedades. A las tres semanas, le llegan noticias que la hunden
definitivamente en la depresión: el joven con el que soñaba, anuncia su
compromiso y su próxima boda con otra mujer.
Todo pierde
sentido. El mundo cotidiano se toma trivial y vacío. Con los días, se vuelve
más y más sobre sí misma.
Decepcionada
de la vida, toma la decisión más trascendente de su existencia y la que
modificará para siempre su destino: ingresará a la Congregación de las Hermanas
Siervas Misioneras del Espíritu Santo, va a ser monja. Dedicará su vida a Dios
como docente. Con el tiempo será una buena religiosa y una excelente maestra
pero nunca conseguirá desterrar completamente el recuerdo de aquella espera ni
la imagen del hombre que amó.
Tampoco nadie
en la colonia olvidará la triste historia de la muchacha que esperó en vano el
arribo del joven que amando a otra la sedujo para demostrarle a sus amigos que
tenía cancha con las mujeres y que ninguna podía resistírsele. Setenta anos después, los ancianos todavía murmuran su nombre cuando relatan anécdotas
de amores imposibles.