Quiero entrar por la puerta
de siempre, la que se abre a todos mis recuerdos y a todo lo que un día
sentí. Y a lo que un día fui.
Esa que al abrirla, te
recibe con el olor familiar, el olor de antes, el de siempre. El que te
envuelve y te hace volver atrás en el tiempo aun cuando estás con los ojos
abiertos mirando detenidamente cómo ha cambiado todo desde la última vez que
estuviste allí.
Y a ti te parece que fue
ayer. Es posible detener el tiempo indefinidamente en el lugar exacto que nos
hizo tan felices y no dejar que nada cambie en realidad. Porque cuando
atraviesas la puerta de siempre, todo está como lo dejaste. Como tú has querido
que permanezca.
Es algo tan cálido y
reconfortante que te preguntas cómo es que has podido permanecer lejos tanto
tiempo. Permanecer fuera de esas paredes donde te sientes protegida de todo y
de todos, donde las penas se pasan con una taza de café caliente y los
dolores se olvidan arropada con una manta frente a la cocina a leña. Donde
siempre hace un calor agradable y todos los cojines son mullidos como nubes de
algodón.
Buscas ese lugar donde sabes
que podrás estar en paz como en ningún otro y, sin quererlo, te das cuenta de
que no tiene por qué ser un espacio físico.
Yo he querido volver a casa
tantas veces, que a veces he olvidado cómo se llega hasta ella.
Y sin embargo hay algo que
siempre me devuelve a mis raíces, a la auténtica esencia de mi ser. Es un algo
imposible de explicar con palabras pero que puede encontrarse en un libro, un viejo
jersey o una antigua taza de desayuno. Son los flashes de imágenes pasadas que
vienen a mi cabeza una detrás de otra formando una película. Pero una película
antigua, en blanco y negro. Con escenas a cámara lenta y risas resonando como
eco de fondo, con sonidos que se van difuminando y terminan formando
mis canciones favoritas.
Esas canciones de siempre,
las de tu vida y tus recuerdos.
Y entonces me doy cuenta de
que puedo estar rodeada de un millón de personas y seguir sintiéndome
sola. Y que por muy lejos que me encuentre de mi lugar de origen, siempre sé
cuál es el camino de vuelta hasta con los ojos cerrados, y el regreso se me
pasa volando.
Porque hay momentos en que
después de tanto vagar y caminar por la vida, sé cuando es el momento de volver
a casa.
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