
Juntó
sus manos en actitud de santo apóstol y se paró a observar al muerto. Lo miró
en detalle, fijamente, mientras su rostro se iba contrayendo en rictus
dramáticos. Cuando se vio desbordado por la necesidad de expresar tanta
congoja, se arrojó sobre el féretro gritando “¿Por qué, Dios, por qué?”
Hombre
y ataúd cayeron ruidosamente al piso. Y al caer, el muerto salió despedido y el
hombre terminó dentro de la caja.
No hay comentarios:
Publicar un comentario