Las campanas de la
iglesia tocan a difunto. Llueve. Cae agua del cielo y lágrimas en el alma de
Doña Berta. Está sola frente al ataúd. Su esposo duerme el sueño de la muerte
en la misma habitación en la que engendraron a sus hijos.
Doña Berta, hija de
Margarita Detzel y Aurelio Bohn, nieta de inmigrantes llegados al país desde la
lejana aldea Kamenka, ubicada a orillas del río Volga, en Rusia, ahora viuda de
Juan Jacobo Minig, de 89 años de edad, está sola, sola en la vida que le
espera, frente a la muerte que la mira a través de los ojos muertos de su
marido.
Vestida de negro, reza
el rosario. Enterró a sus padres, a tres hermanos, dos cuñados, una cuñada, un
sobrino, un hijo. Por eso la ropa negra. Por eso el luto. Doña Berta sabe de
pérdidas. De soledades. Y sin embargo, esta vez el dolor, la angustia, la sensación
de desamparo, es más profunda, más desgarradora, más devastadora. Nada se
asemeja a la pérdida de un esposo, de un hombre que cuidó de ella siempre, que
lo decidía y hacía todo, desde el día que se casaron. Dios le entrega una
libertad que no pidió ni desea. Se siente abandonada en la inmensidad del
océano de la vida. Un océano que desconoce total y absolutamente. Como
desconoce la vida misma.
Hermoso!!!!! es el mismo nombre de mi abuela......
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