Rescata

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martes, 26 de abril de 2016

Historia de un héroe anónimo de la guerra ruso japonesa

Nadie sabe si es así. Nadie lo conoce tan profundamente como para afirmar que lo que cuenta es verdad. No es que no le crean pero dudan, siempre dudan, cuando el anciano habla a sus nietos sobre las hazañas que llevó a cabo vistiendo el uniforme de soldado del zar, peleando una guerra lejana de las colonias, de la Argentina, del Volga, y de la historia misma. Les parece poco creíble que el abuelo, su abuelo, ese hombre bueno y tierno que regala golosinas, haya podido alguna vez empuñar un arma y llegado a matar a un ser humano. Él, sobre todo él, que es tan dulce y que no le hace mal a nadie, ni siquiera a un animal.
El anciano insiste. Cuenta una y otra vez, apasionadamente, a veces llorando, otras con angustia, otras arrepentido, otras horrorizado, las mismas anécdotas: los rusos peleando con los japoneses, en una guerra que llama ruso-japonesa. Da vívidos detalles, describe campos de batalla, muertes de amigos en sus brazos, rostros desolados por el hambre y corazones destrozados por las matanzas. Pero nadie le sabe si creerle o no. Todo es demasiado fantástico, demasiado increíble para ser cierto en este tiempo de paz, aquí en la tranquilidad de las colonias.
Las fechas y la edad del abuelo parecen darle la razón pero eso no es certeza de nada. además es imposible imaginar a ese anciano sentado frente a ellos, enjuto y viejo, tembloroso y lleno de miedos, vestido con uniforme militar y combatiendo a muerte. No. El abuelo está viejo. El abuelo imagina historias, inventa relatos para entretener a los nietos y darse importancia. Su mente desvaría. Es la vejez –opinan los padres- que tampoco nunca escucharon hablar de esa supuesta guerra, porque nacieron en la Argentina.
Trascurre el tiempo. Pasan los meses y los años. Y el anciano continúa contando las mismas historias a quién quiera escucharlo, que cada vez son menos, porque ya están cansados de oír los mismos cuentos. El anciano, entre relato y relato, empieza a olvidar detalles, nombres, fechas. Va perdiendo la memoria. Y un día, ¡oh! un día, los nietos descubren con sorpresa inaudita que el abuelo no inventaba ni mentía. Alguien les revela que las historias que cuenta el abuelo son reales, que el abuelo de verdad en su juventud fue soldado del zar y que también, de verdad, es un héroe con medalla y todo. Y los nietos, desesperados, corren a buscar al anciano, olvidado en un geriátrico, pero ya es tarde, demasiado tarde, el abuelo apenas recuerda su nombre: tiene 89 años y padece arteriosclerosis.
Cabizbajos, frustrados, parados frente al abuelo, los nietos se dan cuenta que nunca podrán recuperar las historias que el anciano tantas veces contó y ellos jamás escucharon. Ya es tarde. Por más que se reprochen el no haberlo escuchado o se culpen por no haberlo ignorado, no podrán recuperar nada. El anciano perdió la memoria. Vive otra realidad.
Y es ahí, en ese momento, recién en ese momento tremendo y crucial, en que se dan cuenta que lo que les contó el abuelo tantas pero tantas veces no fueron simples anécdotas de viejo chocho sino historias que le pertenecen a toda la familia, historias que eran su legado de vida, que eran parte de la identidad familiar,  historias que ahora se perdieron para siempre como tantas historias de ancianos de las colonias que no supimos escuchar a tiempo.
Nunca perdamos la oportunidad de escuchar las historias de los abuelos. En ellas viven la memoria de nuestro pasado y nuestra identidad como individuos y como pueblo.

 Referencia histórica:

Varios cientos de alemanes de las aldeas del Volga se vieron obligados a tomar parte de la guerra Ruso-Japonesa (1904-1905), que fue un conflicto surgido de las ambiciones imperialistas rivales de la Rusia Imperial y el Japón en Manchuria y Corea, y que concluyó con la victoria japonesa. Pese a significar un gran trauma, por varias razones -porque las causas de la guerra no eran compartidas, el país no era el suyo, la discriminación- muchos alemanes del Volga se comportaron como héroes y fueron condecorados con honores. Posteriormente, algunos de estos hombres emigraron a la Argentina y se diseminaron en las colonias del país, entre ellas las de Coronel Suárez.

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