Ya está a la venta Periódico Cultural Hilando Recuerdos
Nº75, El primer periódico cultural independiente de los pueblos alemanes, con
entrevistas, anécdotas, vivencias, historias, costumbres, tradiciones y todo lo
que hace a la identidad cultural de las colonias. ¡Un periódico para leer,
compartir y coleccionar! ¡No sé lo pierda! Investiga y escribe: Julio
César Melchior – Promoción y venta: María Claudia Melchior.
Historia, costumbres y tradiciones de los alemanes del Volga. Investiga y escribe: Julio César Melchior
Rescata
Para más información pueden comunicarse al WhatsApp: 2926 461373 o al Correo electrónico juliomelchior@hotmail.com
sábado, 30 de noviembre de 2013
jueves, 28 de noviembre de 2013
Julio Cesar Melchior cerrando uno de los mejores años de su vida en lo personal y en lo literario.
Fuente: www.lanuevaradiosuarez.com.ar
“En los próximos días tendremos en imprenta nuestro nuevo libro”
El notable escritor del Pueblo Santa María
anticipó que “se trata de un libro que es muy particular, porque sale de lo
común, por lo menos para mí, que estoy muy identificado por la historia de los
Pueblos Alemanes” adelantó Julio Cesar Melchior.

“Aprender a vivir, reflexiones para el alma”, ese será el
titulo, indicó Melchior.
Luego agregó que “estoy buceando en una faceta nueva, primero
publiqué el libro de poesías, luego la historia de los alemanes del Volga y más
tarde el de las recetas, el cual tuvo un éxito increíble, ya que se vendieron más
de cinco mil libros en diferentes ciudades del país y en el mundo; para mí esto
es algo increíble, ya que nosotros no tuvimos a la gran prensa nacional para
publicitarlo y además estamos en una localidad pequeña, como Pueblo Santa María,
pero bueno, Internet, las redes sociales, el boca a boca, todo sumó para que
alcancemos este logro de 9 reediciones de La gastronomía de los alemanes del
Volga” indicó.
Ante la consulta sobre si este nuevo libro contenía
reflexiones propias, expresó que “prácticamente el 90% son mis reflexiones,
fueron naciendo y apuntan al amor, la amistad, en creer en si mismo, en la
motivación, en resumen, es lo que uno mismo afrontó en esta vida”.
“Considero esto un paso adelante, me permitirá estar
relacionado con más gente, me abre el camino para en el futuro tener nuevos
trabajos, creo que me sirve para crecer como escritor y como persona, es darme
a conocer a la sociedad desde otra faceta”.
Al formular un balance personal, Julio reconoció que este año
transcurrido “fue el mejor de mi vida, no tengo dudas; tuve la oportunidad de
presentar mis trabajos literarios en diferentes ámbitos, inclusive en la ciudad
de La Plata y Buenos Aires, seguí creciendo y además, y lo más importante,
conocí el amor correspondido, yo nunca había tenido esta oportunidad y por eso
estoy feliz, cierro uno de los mejores años de mi vida, por eso diga gracias a
los que siempre estuvieron cerca mío”.
miércoles, 27 de noviembre de 2013
Sigamos el ejemplo de nuestros abuelos. Luchemos para conservar su cultura,
Nuestros
abuelos vivían en comunidad. Sabían compartir y ser solidarios. Respetaban al
prójimo. Le daban valor y sentido a un compromiso asumido: la palabra empeñada
tenía fuerza de ley. Jamás renunciaban a un proyecto y nunca bajaban los
brazos. Siempre apostaban al futuro y siempre luchaban por vencer los
obstáculos que se presentaban en el camino. Eran fuertes porque creían en sí
mismos y en sus convicciones. Porque poseían identidad: sabían quiénes eran y
hacia iban.
Nuestros
abuelos deber ser nuestros ejemplos en este momento crucial de la historia. Debemos
tomar y levantar sus banderas de trabajo, coraje, fe y tesón, basados en la
virtud, en el bien común y en el bienestar de cada uno y de todos.
Debemos
luchar para conversar sus tradiciones, costumbres, en suma, su cultura, para mantener
viva nuestra identidad y no terminar perdiéndonos en la nada anodina de la
masa.
sábado, 23 de noviembre de 2013
La llave de los recuerdos
Por Julio César Melchior
![]() |
“La llave de los recuerdos…”
|
Sentado cerca de la cocina a leña que deja
oír su murmurar de astillas consumiéndose por la s llamas del fuego, que me
abriga en esta tarde gris de otoño, miro a través de los cristales de la
ventana como la brisa juega con las hojas mustias, que caen de los árboles cual
amargas perlas desprendiéndose de los brazos de duendes vencidos por las
melancolía.
Algunos gorriones, con sus saltitos
característicos, recorren la desteñida gramilla explorándola con la ilusión de
encontrar alguna semilla perdida, bajo un cielo que va bordando sobre su
inmenso telón, nubes oscuras anunciadoras de lluvia.
Mientras pausadamente ingiero un sorbo de
mate, acaricio con mis dedos una antigua llave que pese a sus muchos años aún
es útil, todavía conserva inviolable una casa.
La llave, más larga que las actuales, de unos
diez centímetros aproximadamente, recorrió dos generaciones hasta llegar a mis
manos, que hoy la aferran como si aprisionaran el fragmento de una clave
secreta rescatada de los restos de un naufragio ocurrido hace años.
El naufragio ocurrió cuando falleció mi
abuelo, y la clave secreta de esta llave es que con su presencia es capaz de
abrir mágicamente la impredecible puerta detrás de la cual el inconsciente
guarda los recuerdos.
Sin pensarlo, me levanto y me pongo la
campera.
Camino por Tucumán hasta llegar a Belgrano,
para dirigirme al mil y pico de su altura.
Me detengo en la entrada de una humilde
vivienda que todos llaman rancho por lo pobre, y observo sus gastados ladrillos,
su parte de adobe que todavía perdura, sus pequeñas ventanas de varios vidrios,
su techo de chapa oxidada, su chimenea enhiesta pero sin humo… Y pienso en que
el tiempo no la pudor tirar abajo pese a lanzar desesperada y cruelmente todas
las huestes y hordas que se prendieron en la desamparada casa, tejiendo yuyos,
óxido… pudriéndolo todo, en silencio y lentamente.
Saco la llave de mi bolsillo y abro la
puerta, no sin dificultad.
Me detengo en medio de la habitación, que
hace años fue cocina, y al cerrar los ojos invaden mi alma fragancias simples:
un olorcillo de café con leche recién preparado, chorizo casero, manteca
realizada en el hogar, miel… Y mis oídos perciben el bullicio tierno y sereno
de un dulce despertar de niños que conversan en alemán, cuando el alemán se
hablaba sin pudo y con orgullo.
Abro los ojos para recorrer cada dependencia
de la casa, algunas todavía con su piso de tierra, que abuela preparaba
prolijamente, sabiamente, para que quedara presentable.
Observo el empapelado, el empapelado… que se
pegaba con el engrudo cocinado bajo una fórmula secreta y que adhería el papel
en forma casi increíble, tan increíble que aún hoy se conserva intacto, pese a
alguna que otra mancha de humedad.
Vuelvo a cerrar mis ojos, y pese a los años
transcurridos, y a los pocos de vida que yo tenía, aún viene a mí, entre
tinieblas, la imagen de mi abuelo.
Llega con su nostalgia infinita, dejándome el
desamparo de saber que nuestras vidas nunca, nunca más, se cruzarán ni se
tocarán, siquiera en un gesto desesperado de hacer perdurable lo imposible.
Nuevamente lo veo caminando con paso cansino,
su espalda encorvada por los sacrificios que debió hacer para proteger bajo sus
cálidas alas patriarcales a toda su familia.
Su raído pantalón negro sujeto con tiradores,
su saco, su bufanda al pecho…
Su rostro esculpido por las inclemencias de
las estaciones del año, que día con día, hora con hora, lo vieron trabajando,
creyendo en quimeras, persiguiendo sueños, para que sus descendientes tuvieran
un país mejor, no siempre bien remunerado, pero siempre con la frente manchada
con otra cosa que no fuera sudor: gotas
diamantinas que enriquecieron su corazón.
Sus canas, brillos de plata, su pequeño
bigote, su voz fuerte, si idioma, que aún perdura en los labios de sus nietos,
cual un tesoro invalorable que su alma de inmigrante, su infinita alma, dejó
impreso en los labios de sus descendientes cual el susurro de los hombres que
perduran en el recuerdo.
Y sus ojos, manantiales de ternura, en los
cuales colmaron su sed, su esposa, sus hijos, sus nietos… y todo aquel que
supiera descubrir la fuente impresionante de amor que escondía en su interior.
Recuerdo los últimos años de su vida, los
cuatro que compartí junto a él, cuando su oficio era el de zapatero…
Las mañanas bajo un tibio sol, cortando cuero
para fabricar alguna suela o enmendar algún zapato; porque eran épocas
difíciles y los zapatos no se tiraban cuando el uso continuo los rompía: se
confiaban a las maestras manos de don José…
Don José… que con sus temblorosos dedos,
llenos de cicatrices, que las horas y el oficio de eterno trabajador le fueron
dejando, aún podía sentir con total honestidad el orgullo de haber realizado un
buen trabajo.
Pero como nada es perdurable, la tristeza fue
tejiendo sus hilos, enmarañando su corazón, cual una negra araña teje sus telas
sobre una flor carmesí: murió la mujer con la que había compartido todo: su
esposa.
Y la soledad, la nostalgia, la melancolía, el
desamparo, comenzaron a roerle el corazón, a robarle subrepticiamente los pequeños
anhelos, las esperanzas, y lo condenaron al silencio de los atardeceres sin
voz, sin palabras cómplices que compartir, ni a quien contar las vivencias de
una vida vivida a pleno.
Dicen que una noche Dios se consoló de su
dolor y apagó la débil llama que aún ardía en su pecho.
Abro lo ojos y dirijo mi mirada hacia la
habitación donde lo velaron: porque hace más de treinta años todavía se creía
que el dueño de casa debía permanecer en ella hasta ser llevado a la última
morada.
Presiento nítidamente el suave murmullo de
los que rodean el féretro y que rezan el rosario, mientras los hijos, reunido
por última vez en esta casa, lloran impotentes el adiós a su padre.
Bajo una lluvia torrencial lo trasladan a la
iglesia y de allí al cementerio. Todo el trayecto se hace “a pulso”, es decir,
los hombres de la familia se turnan para llevar el féretro; acompañados por un
canto triste en alemán, que provoca en las personas que conforma el cortejo, un
sentimiento aún más profundo de sufrimiento, y una consciencia verdaderamente
real que la pérdida es eterna.
Vuelvo a la realidad, al advertir que las
sombras de la noche que llega, ya no me permiten distinguir nada.
Salgo a la calle bajo una llovizna de otoño,
melancólica y triste. Al caminar unos pasos, me detengo y vuelvo la mirada para
observar la antigua casa… Y me pregunto: ¿Por qué no dejarla como testimonio de
una época de la historia de nuestros pueblos alemanes y de Santa María en
particular?
El
relato obtuvo el Primer Premio en el certamen de cuentos “Los Pueblos
Alemanes”, organizado por la
Biblioteca “Zulma Bonnaterre”, de Pueblo Santa Trinidad, en
el mes de octubre de 1993.
Para ti, abuelo…
Por Julio César Melchior
![]() |
Don José Melchior
|
Abuelo murió
y los años continuaron pasando, en silencio, inevitablemente. Su imagen se fue
alejando, quedando allá lejos en el tiempo, entre la bruma del llanto y la
nostalgia. Y yo seguí andando por la vida llevando en el alma su recuerdo.
Conservé las vivencias que compartimos y la casa donde vivimos. Tengo frescas
en mi memoria sus palabras, gestos y actitudes. Los amaneceres dorados
compartidos en su taller de zapatero, remendando algún calzado, atendiendo a un
cliente, añorando su tierra natal, la aldea Kamenka, en la lejana ribera del
rió Volga, en Rusia; o llorando la soledad de un esposo huérfano, en un
atardecer gris y frío de otoño.
Más de
treinta años después aún conservo la llave… La llave de su casa que ahora es mi
casa. La llave que abre la puerta de los recuerdos y mantiene viva su
presencia. Porque está aquí, en la casa, conmigo, compartiendo cada momento,
disfrutando cada sueño, o llorando cada fracaso, de sus amados nietos dispersos
por la región.
No se ha ido.
Es mentira que está en una tumba, en el cementerio. Es mentira que se fue, que
Dios se lo llevó a su lado. Todo es una gran mentira.
Él nunca
morirá ni jamás se irá. No mientras haya alguien que lo recuerde y lo ame.
6, 7 y 8 de diciembre: 14° Fiesta de la Cerveza
Un gran
acontecimiento de los pueblos alemanes que se desarrollará en Pueblo Santa
Trinidad.

Toda la
propuesta se concentrará en el Anfiteatro de Pueblo Santa Trinidad, donde allí
se levantará un patio de comidas, un patio cervecero, donde a muy bajo precio
se podrá degustar la dorado bebida, de una marca que todavía no está
determinada, porque se está en plena negociación para el sponsor de esta fiesta.
El ingreso
al predio donde se desarrollará la actividad tendrá un costo mínimo el día
viernes, que Hippener estimó en $10, y un costo de $20 el día sábado, con
acceso a través de esta entrada a una consumición.
Anunció que
“además de programar todo para que la gente la pase muy bien, estamos
proponiéndonos que todo se desarrolle con mucha seguridad ante todo: ante el
primer desmán él que lo provoque va a ser retirado del lugar”.
La
actividad, como queda dicho, comenzará el día viernes 6, con una jornada prevista
para los jóvenes, donde habrá música con orquestas que todavía no se terminan
de acordar.
El día
sábado 7, a las 15 horas, se abrirá la fiesta para llevar a cabo en el lugar un
acontecimiento que tiene hora de comienzo pero no de terminación, ya que continuamente
en el escenario va a haber orquestas, grupos de baile y otras muestras
artísticas, acompañados de la presencia de artesanos que constituirán en el
Anfiteatro un muy buen paseo para quienes quieran ir a pasar la tarde y la
noche. Habrá servicio de comida a través de los Restaurantes Dominga,
Weimannhaus y el Rotary Club Las Colonias.
El sábado
además estará la cena en la carpa, que tiene capacidad para 1.000 personas y
donde se ha vendido ya más del 50% de las tarjetas.
El día domingo seguirá la fiesta, abriéndose el patio de comidas y patio
cervecero a partir de las 11 de la mañana, previéndose música y baile durante
toda la tarde del día domingo.
miércoles, 20 de noviembre de 2013
Fue creada la Cátedra Libre de la Historia y la Cultura de los Alemanes del Volga en Argentina
Por Horacio
A. Walter

Los objetivos de esta
Cátedra se encuentran enmarcados en la necesidad de estudiar, profundizar y
difundir aquellos elementos fundacionales de la instalación de los Alemanes del
volga en ARgentina, desde 1878 hasta el presente, considerando como tales, su historia,
su herencia cultural traida desde Alemania y Rusia, su idioma y sus dialectos,
asi como también todos aquellos aspectos identitarios como la música, la
gastronomía, los valores personales, familiares y grupales de esta comunidad.
Esta resolución es un paso
más en el progreso de visibilizar nuestra comunidad Alemana del Volga, no sólo
en todos los ámbitos de la vida donde los descendientes de esta comunidad se
encuentran, sus aldeas y colonias, su lugares de trabajo, de encuentro o
centros sociales y culturales , sino ahora también en el ámbito académico de la
universidad.
Agradecemos a todos los que han posibilitado este paso, desde las autoridades de la UNLP hasta la acción constante del Centro Argentino Cultural Wolgadeutsche y todos aquellos que seguimos creyendo en la importancia de rescatar, preservar y difundir los elementos culturales e históricos de la identidad volguense.
Agradecemos a todos los que han posibilitado este paso, desde las autoridades de la UNLP hasta la acción constante del Centro Argentino Cultural Wolgadeutsche y todos aquellos que seguimos creyendo en la importancia de rescatar, preservar y difundir los elementos culturales e históricos de la identidad volguense.
lunes, 18 de noviembre de 2013
Cuando el qué dirán es más fuerte que los sentimientos
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“Sí, no importa. Que piensen lo que quieran.
De todos modos voy a salir a caminar. A recorrer la colonia, a ver la gente que
la habita… hace tanto que no salgo que ya ni acuerdo cómo son las personas de
mi propio pueblo”.
Reflexiona el anciano mientras se viste,
lentamente, titubeando, con torpeza, sentado en la cama. Se pone de pie; se
mira en el espejo. Los ochenta años no llegaron solos, piensa. Aunque se siente
joven. Fuerte y de mente sana. Aún sirvo, piensa, lástima que mis hijos y mis
nueras no piensen lo mismo.
Sale de la habitación, se dirige a la puerta
de calle, va a posar la mano sobre el picaporte cuando de súbito alguien lo
detiene… Es su nuera. “¿Adónde va, abuelo? No sabe que no puede salir solo a la
calle? Es muy peligroso. Puede perderse. O le puede pasar algo”.
El anciano la mira y el universo de planes se
le viene encima y lo aplasta. Sabe que no va a poder salir a caminar como
planeaba. Está preso en su propia casa. La casa que le dejó en herencia a su
hijo.
sábado, 16 de noviembre de 2013
Se viene la gran fiesta de la cerveza
Fuente:
www.lanuevaradiosuarez.com.ar
La Nueva
Radio Suárez habló con Hugo Schwab, integrante de la Asociación Germano
Argentina del Pueblo San José, quien informó que se está en los últimos
detalles de la propuesta que se pondrá en marcha los días mencionados y que
constituirá en Coronel Suárez una Fiesta de la Cerveza, como las que se
organizan en Villa General Belgrano, en Córdoba, con mucho años de experiencia
en estas realizaciones.
Para el día
viernes todavía no está totalmente decidida la actividad, ya que resta la
confirmación de la presencia de la Banda de Música Bartolomé Meier, en lo que
será un encuentro de carácter familiar.
El día
sábado, en el Anfiteatro de Santa Trinidad, donde se desarrollará todo el
encuentro, y en una carpa montada para 1000 personas tendrá lugar una cena con menú
típico, mucha cerveza y buena música.
Estará
presente el Grupo Astral, Gerhard Papp (que ya estuvo en la Fiesta de la
Carneada) y también Los Herederos del Ritmo, de Alpachiri, La Pampa.
Además se
presentará el grupo de baile de Bahía Blanca “Así bailaban nuestros abuelos”.
Luego de la cena se hará el ritual de los monjes cerveceros, quienes entrarán
portando barriles de cerveza, en un ritual característico, uno de los cuales
será explotado salpicando de cerveza al público que para entonces estará dispuesto
con sus vasos para llenarlos con la preciada bebida.
Informó
además Hugo Schwab que el día domingo 8 de diciembre la actividad seguirá en un
patio de comidas, con los restaurantes de los Pueblos San José y Santa María,
más la presencia de instituciones que estarán sirviendo platos típicos, y a
partir de las 11 de la mañana del domingo la cerveza será gratis, según indicó.
Las
tarjetas ya se están vendiendo y a muy buen ritmo, no solamente por parte de
gente de Coronel Suárez, interesada en no perderse el festejo, sino de toda la
zona y de otras provincias, según informó.
viernes, 15 de noviembre de 2013
El abuelo Ignacio Strevensky nos cuenta su vida

Don Ignacio nos recibe en pantuflas. Las
arrastra como los casi noventa años que carga sobre sus espaldas. Con pesadez y
resignación. Los días no transcurrieron en vano. Dejaron su impronta en su
cuerpo y en su espíritu. Tembloroso y endeble, sonríe, sin embargo, sin
reproches a la vida, y se sienta a la mesa, frente a un sobre color amarillo
sucio, viejo y rasgado, de donde extrae fotografías color sepia, blanco y negro
y pálidas imágenes en color. Todo el tesoro material que la vida le permitió
acumular. Dice que no tiene otros bienes más que esos recuerdos que se van
borrando a pesar del cuidado que les confiere. Acota que no tiene ni casa ni
familia, que vive de prestado en el geriátrico que lo cobija y que de allí lo
van a sacar muerto. Deja bien en claro que tiene asumido el final de su
destino.
Con precisión y detalle explica quiénes
aparecen retratados en las fotografías: su madre, que lo quería mucho, que
jamás le pegó, que le enseñó a rezar, que todos los domingos lo mandaba a misa,
que cocinaba Wicklnudel, Maultasche, Klees… Que horneaba el Kalach y los
Dünnekuche en el horno de barro. Cómo se las arregló para criar y educar
decentemente dieciséis hijos. Y su padre, de carácter autoritario. Gritón y
mandón. Que no lo dejaba jugar. Que siempre lo tenía que ver haciendo algo
útil: carpir la quinta, regar las verduras, limpiar el chiquero, el gallinero,
darle de comer a los cerdos y las gallinas, encerrar y ordeñar las vacas de
madrugada. “Mamá y papá eran dos universos bien distintos. Al lado de mamá,
agarrado de su delantal, uno se sentía seguro y protegido. Con papá uno sentía
miedo. Nos retaba por todo. Nos pegaba si nos portábamos mal: me castigó muchas
veces con el cinturón –confiesa don Ignacio- porque no había cumplido con la
tarea como él lo esperaba que lo hiciera. Era muy severo y meticuloso. Todo
tenía que hacerse como él quería. Si él decía que un cosa era blanca, tenía que
ser blanca. No había lugar para la duda”.
Habla de sus hermanos. De una casa humilde.
De la comida que nunca alcanzaba. Del sacerdote que se metía en todo. De las
religiosas que lo maltrataban en la escuela pegándole con el puntero o
haciéndolo arrodillar sobre sal gruesa. De la comunidad que era muy solidaria y
generosa. Más sencilla que la actual. Que la envidia no existía. Que los
vecinos se ayudaban unos a otros. Que los vecinos se visitaban. Que la palabra
empeñada tenía valor de documento escrito y firmado. Que se era feliz con lo
que se tenía “y no como hoy que todo el mundo tiene y desea más de lo que puede
disfrutar y, sin embargo, nunca le alcanza”.
Las fotografías, sus miradas, sus
gestos, sus tonos de voz, transmiten diferentes experiencias, recuerdos,
conocimientos y sensaciones. Cuenta que la vida fue dura con él pero que le
enseñó mucho. Le enseñó a valorar lo que tiene. Poco o mucho es suyo y tuvo que
luchar para tenerlo.
Va desgranando su niñez: cuando tomó la
primera comunión, la confirmación, las clases de alemán, los nombres de las
hermanas religiosas que le enseñaron a leer y escribir, alguna que otra
travesura. Se extravía en detalles nimios pero regresa a lo sustancial. La
memoria emotiva le juega una mala pasada. Está feliz porque una persona le
presta atención y escucha las historias que tiene para contar.
Así se va la tarde y con ella un
recorrido retrospectivo por la vida de don Agustín. Con sus angustias y
alegrías. La muerte de sus padres. De alguno de sus hermanos. La felicidad de
una novia y la tristeza de un hijo que no pudo nacer. La dicha de saber que amó
y lo amaron. La melancolía de la soledad y el olvido de la vida, que le quitó a
su esposa y lo confinó a un geriátrico.
viernes, 8 de noviembre de 2013
Costumbres y tradiciones de los alemanes del Volga: Geburtstag (Día de cumpleaños)
![]() |
Lucrecia Luján Hubert |
“La tradición de la torta de cumpleaños (luego de ser observada
durante breve tiempo en la antigua Grecia) resurgió
entre los campesinos alemanes en la Edad Media, a través de un nuevo tipo de
celebración, una Kinderfest, ofrecida específicamente a un niño o niña (Kind).
Una Kinderfest
comenzaba al amanecer. El niño agasajado era despertado por la llegada de un
pastel coronado con velas encendidas. Estas velas se cambiaban y se mantenían
encendidas durante todo el día, hasta que, después del ágape familiar, se comía
el pastel. El número de velas era igual al de los años que cumplía el niño, más
una, que representaba la «luz de la vida».
Los alemanes el Volga conservaron esta tradición aunque sin tanta pompa
ni lujo; festejaban el cumpleaños del
niño de una manera más discreta, práctica y realista: el pequeño no tenía torta
ni celebración de cumpleaños pero recibía un regalo, tal vez una prenda de
vestir, un par de zapatos nuevos, o algo por el estilo. Nada de derroches ni
obsequios vanos. Todo obsequio debía tener su utilidad”.
Surgió entre los campesinos alemanes
en la Edad Media, a través de una Kinderfeste (fiesta de cumpleaños), ofrecida
específicamente a un niño o niña (Kind).
En cierto modo, esto señaló el inicio
de las fiestas infantiles de cumpleaños, y en muchos aspectos un niño alemán
del siglo XIII recibía más atenciones y honores que sus coetáneos de los
tiempos modernos. Una Kinderfeste comenzaba al amanecer. El niño agasajado era
despertado por la llegada de un pastel coronado con velas encendidas. Estas
velas se cambiaban y se mantenían encendidas durante todo el día, hasta que,
después del ágape familiar, se despachaba el pastel. El número de velas era
igual al de los años que cumplía el niño, más una, que representaba la «luz de
la vida».
La creencia en que una vela simboliza
la vida se encuentra a través de toda la historia. Macbeth habla de la vida
como una «breve candela», y el proverbio advierte contra «quemar la vela por
ambos cabos».
El niño o niña en su fiesta de
cumpleaños recibía también regalos y seleccionaba el menú para el banquete
familiar, pidiendo sus platos predilectos. Nuestra costumbre de pensar un deseo
y soplar las velas procede también de la Kinderfeste alemana. Las velas de
cumpleaños debían apagarse con un sólo soplido, y el deseo, en caso de
convertirse en realidad, debía mantenerse en secreto.
El folklore de la fiesta de
cumpleaños alemana tenía otra costumbre que ya no se observa hoy: El Hombre del
Cumpleaños, era un gnomo barbudo que hacía unos obsequios adicionales a los niños
que se habían comportado bien. Aunque este personaje nunca alcanzó la categoría
de un Papá Noel, a principios del siglo XX aún se vendían en Alemania muñecos
que lo representaban.
.........................................................................................
Costumbre que, para muchos alemanes del Volga, reemplazaba a la fiesta de día de cumpleaños
Celebrar el Santo
Antiguamente los alemanes del Volga también
tenían por costumbre celebrar el día de su santo. Pero… ¿Qué significaba para
un habitante de los pueblos alemanes celebrar el día de su santo?
Entre los alemanes del Volga se convirtió en norma
y necesidad que todo cristiano, desde el momento en que se bautizaba, contase
con un santo que hiciese de mediador entre él y Dios, que intercediese y que
velase por él. Y la forma de comprometer al santo con el nuevo bautizado, era
que éste llevase su nombre.
Por lo que al momento de elegir el nombre del recién nacido se tenía en cuenta
el Santoral de la Iglesia. Es decir, se tomaba el nombre que correspondía a la
fecha del nacimiento de acuerdo a esta lista.
sábado, 2 de noviembre de 2013
El hijo doctor
Por Alberto Sarramone
(Editorial Biblos Azul)

Tener un hijo doctor, y en menor
grado con otro título universitario, era un paso necesario en la obtención de
un nuevo “status social” para toda la familia, pues la Universidad confería un
adicional de prestigio, enterrando para siempre la condición de ''tano cocoliche',
"ruso lagañoso", "gallego ordinario", ''francés
pijotero" o ''vasco bruto", etc. que sin mucha dureza, ni tampoco
insistencia, pero bastante poca generosidad, le habían otorgado algunos
integrantes de la sociedad argentina, que a la época de llegada de los primeros
inmigrantes en el siglo XIX contaba con índices de alfabetismo que a duras
penas superaba el 10 % de la población, lo que indicaba que no estaban muy
habilitados para determinar el talento de sus nuevos convecinos.
El "summun" era el hijo
médico, el único y verdadero "dotor", orgullo de la familia nuclear y
ampliada. Desde finales del siglo XIX hasta las primeras décadas del siglo XX,
además fueron los grandes caudillos políticos, reemplazantes de los caudillos
rurales y del rol del cura en muchas familias.
Era tan grande su
"autoritas", al punto que cuéntase de un Comisario de Policía,
acompañado de un médico, observaba el cuerpo yacente de una víctima, a quien el
galeno había considerado como muerto. Al oír esto, el certificado difunto
alcanzó a balbucear: "No estoy muerto...". Lo que determinó la seca
réplica de la autoridad: ¡Cállese. Ud. no va a saber más que e!
"dotor"...!".
El estudio universitario de los
hijos, como la fortuna acumulada por los padres, eran uno de los vehículos para
la aceptación plena por la sociedad criolla, que mantenía el poder político y
social.
Costumbres y tradiciones de los alemanes del Volga: El tañido de las campanas
“Como
la fe regia su vida las campanas
les indicaban los momentos del día que debían ser dedicados a Dios; cuando una
aldea podía instalar un juego de tres campanas de distintos tamaños se acostumbraba
establecer un código para anunciar el fallecimiento de los feligreses. Se
tocaba la campana mayor cuando el extinto era persona madura; cuando el muerto
era un joven que había tomado la primera comunión y aún se mantenía soltero
—menor de 18 anos— se utilizaba la campana mediana y cuando se trataba de un
menor, el triste anuncio correspondía a la campana más pequeña”.
“En la
mentalidad sencilla de las colonias”, escriben Víctor P. Popp y Nicolás Dening,
“el tañido de las campanas de la iglesia significaba algo similar a la voz de
los ángeles que llamaban a la oración o a concurrir al servicio religioso;
también su voz sonora podía anunciar el fallecimiento de algún vecino que había
partido de este mundo hacia la eternidad. No sólo comunicaba en su timbre
musical los acontecimientos de la vida religiosa de la aldea, sino que su
sonido característico proporcionaba la orientación necesaria y segura a los
viajeros extraviados durante las noches de tormenta y de nieve, práctica muy
usual esa de lanzar las campanas al viento en esas noches aciagas y que se
hacía en forma continua”.
“Era la
"voz de la salvación" en todos los casos; se acudía a las campanas
para reunir al vecindario a fin de anunciar un acontecimiento importante, y
también se las tocaba con extremada energía en los casos de incendio cuando se
necesitaba la ayuda de todo el pueblo para apagarlo. En las aldeas católicas
tocaban las campanas a hora fija tres veces al día para recordar a los vecinos
que debían elevar su mente a Cristo y a su Madre con el rezo del Angelus
Domini”.
“Como la fe
regía su vida las campanas les indicaban los momentos del día que debían ser
dedicados a Dios; cuando una aldea podía instalar un juego de tres campanas de
distintos tamaños se acostumbraba establecer un código para anunciar el
fallecimiento de los feligreses. Se tocaba la campana mayor cuando el extinto
era persona madura; cuando el muerto era un joven que había tomado la primera
comunión y aún se mantenía soltero —menor de 18 anos— se utilizaba la campana
mediana y cuando se trataba de un menor, el triste anuncio correspondía a la
campana más pequeña”.
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